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Por favor: ¡Ni una más!

En delicado estado de salud permanece mujer atacada por el marido con una varilla”; “Hirió con un cuchillo a la esposa y después intentó degollarse”; “Mujer fue apuñalada por el marido en Valledupar”.

En EL PILÓN nos cansamos, mental y físicamente, de escribir estos titulares. Ya no más. Basta de la violencia contra la mujer en el Cesar y en Colombia.

Reportes señalan que hasta el mes de noviembre, en el departamento se registraron 1.886 casos de violencia intrafamiliar, de los cuales 1.421 fueron contra la mujer. Una tragedia que cuesta vidas y que no podemos permitir que continúe.

El llamado es claro y urgente: hay que desarraigar la violencia de la sociedad cesarense. Pero primero, y lo muestran las cifras, debemos entender que, tristemente, es parte de la cultura (cada vez menos). En realidad, la violencia es un parásito o virus que consume, destruye y contamina nuestra moral desde la raíz.

Por eso hay que atacarla desde sus bases, desde los principios de que por razones de género alguien es superior o inferior al prójimo. Acudamos, como enseñanza, al espíritu liberal y constitucional que promueve la igualdad y el respeto entre las partes que conviven en la sociedad. También revisemos los principios cristianos, que somos iguales en la tierra y en el reino de los cielos.

Es que 1.421 ataques en contra de una población en menos de un año no son casos aislados, es una agresión continúa y sostenida. Las autoridades lo deben entender y hacer todo para que cambien las cosas. Golpear al prójimo por razones de género es imperdonable.

Esta campaña por la mujer la iníciamos hace varios años con las mujeres y la Fundación Carboandes. La denominamos ‘Párala Ya’, y hace dos semanas registramos el evento que se realizó en las instalaciones de esa Fundación junto al Consejo Consultivo de Mujeres de Valledupar.

Una constante ese tipo de agresiones, se ha acentuado en este periodo de pandemia y de confinamiento. No ha sido fácil asumir la presión, la incertidumbre, la crisis económica y emocional en los hogares, y el impacto ha sido reconocido en todo el ámbito académico, sicológico y psiquiátrico. Son tan severos que poco a poco se va observándose con naturalidad abordar los desarreglos mentales que producen pánico, depresión y ansiedad.

Pero aquí no estamos encontrando una razón, sino en la baja consideración de viejo cuño que se ha dado a la mujer como la sacrificada en casa y fuera de ella. El estigma, los estereotipos, la música nuestra, que al tiempo que ensalza el amor por ella en sus letras, en insinuaciones procaces la desprecia, y la asimila a un objeto de goce sexual; convertidas en alimento para que el soberano y tradicional machismo ejerza pleno poder.

Pero la sociedad cesarense, entendiendo que una estructura fundamental de su armazón está infectada, debe actuar con diligencia, en conjunto y sin temor. No ser testigos silenciosos, casi cómplices. Al contrario, en la injusticia contra las principales víctimas, debemos ser dolientes y facilitar el trabajo de quienes son los encargados de prevenir y juzgar la violencia intrafamiliar.

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