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¡Por Dios, reábranlo!

Por andarme metiendo en vainas que no me interesan u otras que me interesan, a veces pierdo la tranquilidad y hasta la sagrada siesta me la echan a perder, pues no apago nunca el celular, a diferencia de muchos que se creen la última Coca Cola del desierto y no contestan a números desconocidos, yo le contesto a todo mundo. 

Exacto, a la una de la tarde timbró el celular y fuera sueño, era mi buen amigo condiscípulo y compañero de billar Gustavo Carrillo, “Tavo”, que sin preámbulos como es él, directo, fue al grano y me dijo: mira Jose, por favor continua con tu iniciativa para que reabran el puesto de salud del San Joaquín, pues de verdad hace mucha falta, prestaba un gran servicio a muchos barrios como lo sostienes en tu columna anterior, extrañamos la presencia de sus enfermeras y principalmente del médico Hugo Carrillo, un extraordinario galeno clínico que a diferencia de los médicos jóvenes, que antes de ver un dedo golpeado que a leguas se ve que no está fracturado, le mandan a hacer cuanta radio y  eco y ecografías hay, te veía y decía: lo que tienes es un buen cascarazo, échate esta cremita que te voy a regalar y luego vienes a ver cómo te ha ido.

Le prometí que lo haría y lo estoy haciendo para ver si es posible, yo creo que sí, que el Mello, mi Alcalde, tome cartas en el asunto y veamos ese centro asistencial con las puertas abiertas y su personal médico, con Hugo a la cabeza, atendiendo sus pacientes.

Pero miren lo que son las vainas, cómo se ha desarrollado esta ciudad, aunque los escépticos digan que estamos estancados ¡mandan cáscara!. En los años 54, 55, 56 y 57 cuando estudiaba interno en el gran Loperena, los domingos salía directo por la 12 o Avenida Pastrana, que no existía, era un camino destapado para la bellísima finca que por sus abundantes acequias siempre vivía verdecita “Villa del Rosario”, de don Joaquín Martínez, allá en un caserón que todavía está ahí que llamaban “La Quinta” almorzaba y era atendido por doña Gilma y la inolvidable Yaya, montaba a caballo con Alfredo y Rodo y me divertía jugando dama con Nohora, Elsy, mi hoy tía Malalo y Makú. 

Quién iba a creer que esas 42 hectáreas llenas de ganado serían urbanizadas y que el viejo Joaco viéndolo con claridad donó los lotes para construir la Concentración  San Joaquín y para el puesto de salud, que hoy se encuentra cerrado y que de continuar así, sus herederos harán cumplir la cláusula que establece que al desaparecer este, el bien les será reintegrado.

Villa del Rosario estaba rodeado de tierras de don Carlos Herazo, las antiguas Piedras, hoy el popular barrio Obrero, de Pedro Nel Martínez, hoy barrio Alfonso López y aledaños y del señor Nehemías Armenta, hoy el elegante barrio Los Cortijos, no hubo invasiones, pues los lotes fueron vendidos muy baratos y con amplias condiciones de pago a diferencia del Primero de Mayo “Las Tablitas”, el 12 de Octubre, San Martín, 7 de Agosto, El Rojas Pinilla, hoy Fundadores, El Pupo, La Nevada, El Divino Niño y todo ese vecindario que fueron producto de invasiones que despojaron a las malas a sus legítimos propietarios.

Respetando la memoria y el querer de don Joaquín, por favor señores reabran el centro de salud del barrio San Joaquín.

Qué sabroso es recordar, se reencaucha uno y más con la satisfacción de ver todavía dando brega y sirviéndole a Valledupar a hombres como Alfredo Martínez Mejía, mi compañero de muchas batallas.

Por José Manuel Aponte Martínez

Categories: Columnista
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