Desde este escenario nos mostramos contrarios a las confrontaciones que enferman la estructura social y comprometen el destino de la nación. El ejemplo del diálogo y la tolerancia que es valioso y trascendental en cualquier rincón del universo, nos permitirá fortalecer la cadena de relaciones colectivas y al mismo tiempo reducir la vulnerabilidad ante la corrupción. Academicistas, escritores, dramaturgos y todos los estamentos sociales estamos obligados a unirnos a éste sano propósito, focalizado en dotar la estructura social del Estado de parámetros inamovibles y de principios básicos para su funcionamiento.
Como decía Martin Luther King: “siempre es el momento preciso para ser correcto”. Este proverbio nos motiva a promover procesos de cambio estructural, para llevar a cabo un análisis con perspectiva social; esto conlleva a interpretar la situación socio-política que vive el país, donde no se está actuando con sinceridad; partiendo del establecimiento público. Los colombianos cualquier día amanecen contentos con una propuesta sólida y firme hacia la estructuración de una paz sostenible, avalada por la mayoría de los partidos políticos; incluso con efervescencia y entusiasmo al realizar el plebiscito; al día siguiente el No precipitó al abismo ese entusiasmo colectivo.
Preguntamos ¿Qué pasó? Este hecho de connotación histórica dividió al país; fue tan real el acontecimiento que después de un año de la firma de los acuerdos en La Habana, los colombianos se muestran estupefactos ante la noticia de Cambio Radical de hacerse a un lado para no respaldar la J.E.P.
Volvemos a preguntar ¿Qué pasó? Para responder debemos afirmar que es innegable que hemos tenido que tragarnos muchos sapos, donde la mentira, deslealtad, desconfianza, hipocresía y la rivalidad se han convertido en el común denominador. Un ejemplo ilustrativo fue el silencio soterrado del vicepresidente de la época German Vargas Lleras, que no profundizó en lo relacionado con los acuerdos en La Habana; hoy como candidato presidencial hace protagonismo, pero resulta que con tanta polarización y antagonismo político, se alejó de su partido para irse por firmas. ¿Esto qué es?
¿A qué conllevará esto? Esto es una declaración cierta y palpable que en Colombia no hay garantía por vocación de los partidos; que se ha perdido legitimidad, credibilidad y esperanza y como tal se abre un escenario de lucha moral e intelectual bajo una formación que hace tránsito histórico de la guerra de los movimientos políticos a la paz negociada y de la sociedad civil a la sociedad política. Esto lo consideramos un diccionario político, que desnuda toda la verdad en el país; nadie cree en nadie y lo más tétrico y preocupante es que existe una poderosa ausencia de liderazgo y legitimidad que conlleva a generar un caudaloso movimiento ciudadano que exige, que protesta, que pide explicaciones por lo que sucede.
¿Será que la corrupción asqueante y cicatrizante que palpita en el país, tendrá que ver con esta hecatombe? Claro que sí; éste es un hecho de carácter político, social, económico que adquiere relevancia día a día en el contexto nacional con severas consecuencias, aunque se le quiera dar otro matiz. Ante este maremoto de irregularidades, corresponden al Estado armonizar la obligación constitucional con seriedad y pertinencia de propuestas, ahora más con el surgimiento de un nuevo movimiento político que ha dejado sus armas para irse al escenario electoral.
Bajo esta contextualización, el Estado está obligado a incorporar en su agenda política un veraz proceso hacia la paz que tanto anhelamos que incluya a todos un escenario de encuentro y convivencia para respetarnos todos y así deje de existir la crisis estructural acumulada y enquistada por décadas.
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Por Jairo Franco Salas