Elegía al mango del patio
El árbol de mango del patio
sangra blanco sus heridas
como mostrando la ruta
que el dolor todavía
no ha recorrido.
Me alejo del patio
y me llevo de sus hojas
los amaneceres
con aromas de guitarras.
Me llevo el verde pendular
de la mecedora
donde descansaba
un hombre parecido a mí.
El árbol ya sospecha que pronto
no habrá luz en su follaje,
su epitafio vendrá en la mirada
esquiva de otro dueño.
Sus frutos serán invisibles racimos
en algún ojal de la memoria
y mi hamaca, fértil al cortejo vegetal,
seguirá atada a las ramas del viento.
Monólogo de un árbol citadino
Caligrama de fiesta son mis flores.
Soy silabario para los pinceles de la luz.
Para el mendigo, el sombrero de su alcoba.
Para el pájaro, el atril de su escritura.
Para el perro, la pared de su llovizna.
Para los alarifes del cemento
soy un estorbo, un extraño
en lugar equivocado, sus amenazas
de muerte me persiguen.
Pero soy más que un verde monumento
en la agitada ceremonia de las calles.
Soy testigo:
de la noche que avanza con el miedo,
de transeúntes perdidos en su sombra.
Y también soy testigo
de mis floridos reclamos
que ululan la presencia de otros árboles.
Nadie quiere estar solo.
La soledad es carbón
que deja el relámpago.
No te creas el dios del árbol
No te creas el dueño del árbol.
Tú lo sembraste en una lejana primavera,
pero la vida de él, no te pertenece.
No puedes apropiarte de su sombra.
No es sólo tuyo el aire que brota de sus hojas.
Si la ira enfada tus manos, no arrecies
el filo del metal en el borde de la savia.
No derrames tu venganza
sobre las aguas que beben sus raíces.
El árbol no sólo a ti pertenece,
pertenece al pájaro
y a la íntima aventura de su vuelo;
al viento que eleva a las nube
el polen de la lluvia;
al sol que deletrea
los colores de las hojas.
No te creas el dios del árbol.
Déjalo que viva hasta que el tiempo
haga piedra sus raíces.
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Monólogo de un árbol kogui
Una golondrina regó la semilla
para que yo naciera.
Crecí lejos del humo y del ruido;
en un espejo de agua
mis hojas descubren su color.
Yo siento que soy tu hermano.
No se vive para uno solo.
Kanimpana, mi Padre, dijo
que yo era el guardián del aire.
Soy tan sensible como tú,
tu mirada, hermano Kogui,
es otra forma de lluvia
que nutre mis raíces.
Nada hay en tus intenciones
que sea ofensa
para Kanimpana, mi Padre.
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Palabras de un mamo kogui
Yuluka (*) hermano Kogui,
La Ley de la Madre
no es reliquia de hielo.
Los ojos totémicos del jaguar
son compañeros inseparables
de tu sombra.
El aguacero es una mujer
que baila con el trueno.
Yuluka hermano Kogui,
el pan lo da la tierra
sin derramar sangre la hierba.
La flauta suena arriba del árbol
para que el sol no queme la noche.
El cóndor se niega en la nieve
al descenso del último crepúsculo.
Yuluka hermano Kogui,
mi voz antigua tiembla;
hermanos menores
no escuchan…
•Yuluka, voz Kogui, que significa:” ponte de acuerdo con La Ley de la Madre”
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El ecologista (Soneto)
A mi padre, José Eleuterio
El verde aliento de las decisiones
es burbuja de cáliz en la aurora,
frondoso campanario de anacora
en las veredas de las estaciones.
Cuidadoso de las contravenciones,
de la tala funesta que devora
los caminos del agua, porque ahora
son epigramas de lamentaciones.
En ausencia de bosques el viento arde
con el rostro manchado de ceniza,
se opacan los jardines de la tarde.
El ecologista nunca lleva prisa,
ve la naturaleza con alarde
y en la senda del tiempo se desliza.