Esta no es una columna de opinión, es de expresión sentimental y evocaciones, así que hoy prevalece lo que abrigo no lo que opino.
No estoy hecho para los cambios, soy rutinario profundo, me amarro a los recuerdos. En ningún tiempo hubiera deseado salir de la casa con patio inmenso en la calle La Pajuela, en Sincelejo, en donde nací. Allí hubiera pretendido no solo crecer, como lo hice, sino haber vivido toda la vida y allí morir , pero nada queda después del paso de las topadoras, que arrasaron con todo, menos las remembranzas, queda el desnudo parqueadero de un supermercado.
Esa casa y sus antiguos vecinos nunca debieron cambiar solo transformarse: los mayores en sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos….
Por qué apagaron la planta eléctrica de don Hermógenes De La Espriella? Ella proporcionaba la energía suficiente y además producía un somnífero y adictivo ronroneo que inducía un sueño profundo y largo. Hoy las facturas de Afinia lo quitan. El teléfono 204, de la Empresa Telefónica de Bolívar, daba tranquilidad, no la quitaba, siempre se podía hablar con una operadora de carne y hueso, Toribia o Juanita .La parsimonia y elegancia de Rafaelito Hernández en nada se parecen al agite de los conductores de taxis con GPS y dos radioteléfonos y como si fuera poco un equipo de sonido a todo volumen, sin faltar la habladita del taxista por el celular.
No había tarjetas de crédito, reinaba el “fiao” en tiendas, droguerías y almacenes. Carmencita y Suad Quessep tenían unos tarjeteros más efectivos que una “base de datos” y una llamadita cariñosa al cliente moroso era más positiva que una de esas notificaciones amenazantes de la CIFIN.
Médicos especialistas ni uno, ( había un traumatólogo empírico: Manuelito Paternina) todos sabían de todo desde la pediatría hasta gerontología y la hoja clínica de cada uno de sus pacientes estaba en la cabeza de ellos, siendo que cada vez que se acudía a sus servicios, se identifican los síntomas y enseguida venía un diagnóstico certero, ayudado por el pleno conocimiento de ese galeno sobre por lo menos dos generaciones arriba, quienes también habían sido sus pacientes. Nadie llevaba papeles y muchas veces ni dinero. Nada de EPS ni hierbas extrañas, no había negocio. El Hospital San Francisco de Asís atendía a todo el mundo.
Los abogados escribían a máquina en papel sellado y los jueces trabajaban los sábados, visitando cárceles o practicando inspecciones “oculares” a los predios sujetos a un proceso de pertenencia.
Emisoras de radio: la tradicional Radio Sincelejo con programas en vivo desde su radioteatro o ‘El Preguntón del Aire’ y contactados con el mundo por Radio Sabanas de Caracol, con su ‘Última Hora’ de una a una quince p.m , la que en ese breve lapso proporcionaba las noticias realmente importantes y daba paso al humor con Hebert Castro. Antes de aquella franja y por cuenta de Carlos Enrique Urzola y Miguel Salcedo, ese mundo no pasaba del barrio Chuplundún y su ‘Potranca mona’
El tiempo pasaba lento, hasta el punto que el reloj público repetía dos veces la hora para que le creyeran.
Por Jaime García Chadid