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Pobre Valle de lágrimas

Hace más de 50 años llegó a Valledupar un enviado profetizando un suceso catastrófico; cuenta mi abuela que el señor enviado repetía en sus relatos la frase: “Pobre Valle de lágrimas”. Se refería al Valledupar viejo con sus pocas casas construidas alrededor de la Plaza Alfonso López, pero sobrepuesto bajo una laguna de donde todo podía ser caos y destrucción por la cantidad de aguas subterráneas que había entre la Iglesia La Concepción y La Catedral. El enviado predecía que esto terminaría de forma trágica con el hundimiento de la ciudad.

De pequeño escuchaba a mi abuela contar estas historias que eran en mi imaginario uno de los tantos mitos y leyendas que rodean las historias del viejo Valledupar, una provincia bautizada como Valledupar, ciudad de leyendas.

Bueno, era una de las tantas historias que deleitaban mi niñez, pero siempre con la suspicacia de que todo al final eran mitos para entretenernos con los cuentos de los viejos que amedrentaban a los chicos para que doblaran sus rodillas a la divina providencia, y así ponerle freno a nuestra traviesas aventuras que acompañaban el diario vivir de nuestras épocas.

Pero de los tantos mitos a los que mi abuela hacía referencia, hoy me viene a la memoria precisamente la sentencia del señor enviado sobre el destino que correría Valledupar con su aguda expresión: “Pobre Valle de lágrimas”.

Valledupar hoy tiene una gran laguna económica en materia de productividad y desempleo, nos encontramos ante una bomba social que se venía reflejando en las estadísticas del DANE desde hace dos años, ubicando a Valledupar como una de las primeras ciudades del país con los índices más altos de desempleo y una de las primeras ciudades capitales con mayor informalidad laboral en el país.

A la fecha, el panorama del COVID-19 ha llevado contra las cuerdas la crítica situación que se venía presentando en la ciudad. Hoy el panorama es dramático ante el estallido de un deterioro de la economía sin precedentes, pero es más alarmante la indiferencia con la que nuestros dirigentes están tomando su papel como gerentes de ciudad, y su falta de conciencia ante el escenario tan crítico que se empieza a sentir. Lo que podemos percibir es que el accionar de nuestros “líderes” es totalmente neutro, una reacción de esta índole la podemos interpretar con una frase que dice “sálvese quien pueda”, título del libro de Andrés Oppenheimer, haciendo referencia al desplazamiento de los trabajos tradicionales con la llegada de la inteligencia artificial, en nuestro caso es el mensaje que percibimos de nuestras autoridades locales a falta de acciones urgentes.

De no establecerse planes de choques para una acción rápida, o por lo menos evitar que se continúen perdiendo más empleos mediante las quiebras en bloque de los diferentes sectores, tendremos un panorama de aumento en pobreza, miseria e inseguridad. El llamado es a reorientar de manera urgente los planes de desarrollo hacia la recuperación productiva y sostenible con prospectivas de corto, mediano y largo plazo. En un momento de crisis podemos mostrar lo valioso que se tiene en el talento de un líder, o resplandece la carencia de esos gerentes proactivos de ciudad que puedan guiarnos a una resiliencia en el momento más oportuno para todos.

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Gustavo Toncel: