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Pluma, azúcar y limonada

Por: Andrés Quintero Olmos

Hace unos días le comentaba a un amigo: no entiendo cómo puede existir de manera tan natural en nuestra sociedad tanta envidia jubilosa, impulsividad bestial y tantos celos desvergonzados a la hora de criticar.

En Colombia, en general, nos falta tolerancia hacia las ideas u opiniones contrarias. Sean éstas intelectualmente pobres, ideológicamente extremas o simplemente falaces. Y esto, se evidencia al analizar los múltiples comentarios presentes en las redes sociales, blogs o columnas en la prensa colombiana ante cualquier noticia u opinión enunciada públicamente. Los comentaristas desanclan sus sanguinarios verbos, se deshacen de todo razonamiento y asaltan hasta el mismo irrespeto.

Al parecer el objetivo de los “opinadores” es más destruir el argumento que contradecir deductivamente. Pocas veces, en la prensa colombiana o en el espíritu ambulante social, se observan críticas constructivas, impersonales, pacíficas o frías de impulsividades. “Nos odiamos como hermanos” decía metafísicamente Alonso Sánchez Baute en su novela “Líbranos del bien”. La envidia es más fuerte si es intrafamiliar y el odio es más apasionado si es interfamiliar. La enemistad nos acerca más que la amistad. Los colombianos somos campeones en congregarnos y proyectar planes de gobierno para acabar con alguien: los enemigos de mis enemigos son mis amigos per se. Nos aglutinamos en guerrillas, paramilitarismos, etc. porque el objetivo no somos nosotros, el objetivo es acabar con los otros.

Y la vida sigue su rumbo.

Hace poco en este periódico se publicó una edición especial sobre la contundencia y la integridad moral de mi abuelo, Clemente Quintero, frente a lo público. Mi abuelo ante al pudrimiento político de nuestra sociedad tenía un credo: “¡fuete, sal y limón para la corrupción!”.

De acuerdo con él. Pero el contexto es diferente en nuestros tiempos: quizás, hoy en día, necesitamos un poco más de paz verbal, ante este país bien diferente al de mi abuelo donde la regla es la violencia verbal y, la excepción, la mesura. ¡Es tan fácil despotricar! ¡Tan difícil argumentar! No hay nada más fácil que ser amarillista y cascador de agravios acalorados. Víctor Hugo sostenía “Nada tan estúpido como vencer; la verdadera gloria está en convencer”.

Por eso propongo irónicamente que los “opinadores”, antes de criticar, cada mañana, hagan un poco de yoga, como el presidente Uribe en sus tiempos, y paren de descalificar vehemente al contradictor y, asimismo, dejen alegóricamente a un lado al fustigador fuete, sal y limón, y utilicen más bien pluma, argumento azucarado y estoica limonada para anteponer sus legítimas ideas.

Familiares, amigos y coterráneos, como expresaba Paul Eluard, “Otro mundo es posible, lo que pasa es que está en éste”.
quinteroolmos@gmail.com.   Twitter : @QuinteroOlmos

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