Yo soy por mi papá, Aponte Jiménez, Marzal y Olmedo y por mi mamá, Martínez Cuadrado Daza Quintero y todos los que tengan esos apellidos los llamo parientes, los quiero mucho y los distingo en todas partes y con tal de que sean Conservadores los quiero más.
En días pasados mi pariente Alberto Martínez M., barranquillero columnista de El Heraldo y tengo entendido que prestigioso profesor universitario, quien tiene el mismo nombre de mi tío Alberto Martínez Calderón también barranquillero y residente en esa ciudad, con fluida escritura, amena pluma y magistral narración escribía sobre la MARTINÁ que hay en Colombia compitiendo con Rodríguez, Gómez, González y López; los hay de toda clase, blancos y negros, indios y mestizos, cumbos y humildes, bajados del cielo y con sangre azul se creen unos, plebeyos y vulgares otros, ricos y pobres, empresarios y jornaleros, gastones pocos, cují la mayoría al menos los descendientes villanueveros, profesionales de a miles y médicos especialmente aquí en los nuestros por cientos, curas muchos, monjas bastantes, casquivanas pocas, juiciosas al extremo las mujeres en su mayoría, bandidos varios, pero ejemplares en su mayoría también, prolíficos pues entre tres, Rafael mi abuelo, José Manuel mi tío y Nazario mi primo, superaron la no despreciable suma de 150 hijos.
El pariente remata su columna contando como una pareja fue ante un notario a registrar a un hijo con el nombre de TIGRE 14 y ante la negativa del funcionario por considerar que no era un nombre cristiano, hábil e inteligentemente se defendió preguntándole ¿Y por qué un Papa se llama León XIII? Y me hizo acordar de la siguiente anécdota:
En La Guajira los indios le enganchan a los hijos los nombres más raros, pero comunes por su uso diario, a uno le llaman Potrero, otro Cardón, Rifle, Hamaca, Arete, de pronto ahora Celular, Belleza, Feo y así, etc., etc., etc.
En Nazaret, el Oasis guajiro, existía un internado administrado por unos curas capuchinos, italianos, progresistas y emprendedores a diferencia de los españoles pretensiosos y arribistas que solamente eran amigos “de la gente de la plaza”. Ahí en Nazaret un indio llamado Flecha le puso al hijo por nombre Plomo Epiayú y los curas se dieron cuenta de que era muy inteligente y se lo llevaron para el Orfelinato en donde hizo, con calificaciones optimas, la primaria, lo enviaron becado a la Divina Pastora en Riohacha y fue el mejor bachiller y de ahí lo mandaron a Bogotá donde los franciscanos para cursar estudios universitarios.
Flecha no supo más de Plomo, pero tres meses después llegó a Nazaret la prensa atrasada un mes, concretamente El Siglo y en la primera página informaba: “Plomo en La Nacional” y Flechas que escasamente deletreaba leyó el título y emocionado y orgulloso salió extendiendo la noticia y echando vainas decía: “Ahí lo tienen, nada menos que en La Nacional, sin ayuda de Eduardo Abuchaibe ni de Nelson Amaya, ni de mis parientes Iguarán, Rafael Iguarán no me ayudó y se va a fregar conmigo”; se emborrachó, brindó comida, pues mató una vaca, varios chivos y muchas gallinas y abundante churro.
Pasó un año y nuevamente llegó El Siglo con dos o tres meses de atraso y de casualidad con una nueva noticia en letras bien grandes: “Matan a Plomo en La Nacional”. Leyó deletreando, lloró en silencio y no dijo nada, sino que se fue para Maicao y cogió un Copetrán y a los dos días estaba en Bogotá.
En un papelito llevaba la dirección de la pensión donde vivía Plomo y en un taxi rápidamente llegó hasta allá y al presentarse como su papá y averiguar sobre el trágico accidente de su muerte, le dijeron que de dónde había sacado eso, que Plomo estaba bien y que como era sábado había salido y con seguridad estaba en los Billares Okey, un salón inaugurado hace 60 años ubicado en la carrera 7ª con calle 22 y que sus billares permanecen tan nuevos o mejores de cuando fueron estrenados; muy contento arrancó Flecha y encontró a Plomo bebiéndose una Germania, se abrazaron, le contó lo sucedido y de unas se regresó para Nazaret, en donde ya la noticia era pública, se metió al Orfelinato y aprendió a leer bien y Plomo que se había cambiado el nombre por el bello José Manuel y de apellido se puso Martínez, pues el nombre real de su padre era Antonio Martínez Epiayú, terminó Sociología no en La Nacional sino en la Santo Tomás, donde hoy es un eminente catedrático.
Para mis muchos o pocos lectores, les deseo un Feliz Año.