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Plantón en defensa del cerro ‘Hurtado’

Ayer 23 de febrero, en la Plaza Alfonso López Pumarejo, frente a la sede de la alcaldía del municipio de Valledupar, se llevó a cabo un plantón en defensa del cerro Hurtado, o Minakalwa como suelen denominarlo los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta. 

La convocatoria de dicho plantón fue iniciativa del Foro Ambiental del Cesar (FAC).

En EL PILÓN, la reconocida antropóloga, Ruth Ariza Cotes, nos ilustra sobre otro nombre desconocido del cerro, ‘Misangui’, que quiere decir primer eslabón de la gran escalera que conduce a Chundua el cielo de todos los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, por encima de su pico más alto (a 5.775 metros sobre el nivel del mar), donde todavía hay nieve perpetua. 

Allá van las almas de estos indígenas después de morir, y para que todas las almas de las cuatro etnias indígenas de la Sierra Nevada alcancen el eterno descanso en Chundua, en vida brindan pagamentos en lugares sagrados, el cerro Misangui es uno de esos múltiples lugares.  Si se destruye este primer peldaño de esa gran escalera, las almas de estas etnias no alcanzarán el eterno descanso.

Don Pepe Castro, político de Valledupar altamente altruista, tal vez nunca pensó en destruir el cerro y mucho menos por dinero, pero algunos de sus herederos sí, la evidencia de lo antes dicho, es el video donde uno de los hijos de don Pepe agrede alevosamente al abogado Carlos Oliveros Villar, a propósito, asesor del actual alcalde, el Mello Castro, sobrino del agresor de dicho abogado que reside en la urbanización Santa Rosalía, ya famosa por la destrucción del cerro Misangui, supongo que la inconformidad del agresor proviene de la disputa por el pedazo de tierra de la urbanización Santa Rosalía, aledaño al barranco frente al parque de la Leyenda del Festival Vallenato que colinda con la parte sur de la ‘Pilonera mayor’, donde viven cuatro de los hermanos Oliveros Villar: Ramiro, Armando, Carlos y Francisco, quienes les compraron lotes al antiguo Banco Ganadero, entidad financiera que había recibido los lotes por embargo a Construcciones e Inversiones Santa Rosalía Ltda., propiedad  de don Pepe Castro y su familia. 

Los lotes de mi casa ubicada en la manzana B de la multicitada urbanización se los compré a don Pepe Castro, quien fuera condueño de la mencionada sociedad.

Don Pepe Castro, donó lotes de esa tierra a algunos de sus hijos, los otros lotes fueron comprados al mismo don Pepe Castro o al banco ganadero hoy BBVA su nuevo propietario. Don Pepe Castro también donó tierras a Cicolac para la industrialización de la leche producida en la región, donó la tierra donde queda la Casa Indigenista de Valledupar, refugio de los indígenas que bajan de la Sierra Nevada de Santa Marta; en fin, transfirió mucha tierra gran parte de ella obtenida por la modalidad de prescripción.

El cerro Minakalwa quedó entre la fábrica de Cicolac y la urbanización Santa Rosalía, custodiado por Cicolac que le hizo cerramiento por el lado de la calle cuarta y por la carrera novena hasta la casa de Arístides Hernández, amigo querido de don Pepe Castro, la falda norte correspondió a la manzana F de urbanización Santa Rosalía previa autorización de Corpocesar.

El concejo municipal de Valledupar, mediante el Acuerdo 032 de 1996 declaró el cerro Hurtado reserva ecológica y patrimonio de la ciudad. En 2015 fue modificado el POT de Valledupar, excluyendo la manzana F de la urbanización Santa Rosalía de la reserva, desde entonces comenzaron a destruir el cerro.

El año pasado los indígenas interpusieron tutela, el juez suspendió la construcción por falta de licencia de curaduría, La Sala Civil del Tribunal Superior de Valledupar revocó el fallo del juzgado. Un día antes del plantón convocado por el FAC, después de reunirse con miembros del foro, el equipo de comunicación de la alcaldía emite un comunicado de prensa, que dice: “alcalde de Valledupar mantiene su voluntad administrativa frente a la protección del cerro Hurtado”.

En el cerro ya están montando las columnas para la construcción de la vivienda autorizada por la curaduría primera.  

Por José Romero Churio

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