Como en el viejo y violento oeste de los Estados Unidos, en Colombia se estilan las recompensas para eliminar personas, aquí cada contrario tiene un precio según la importancia de la víctima y el grado de dificultad para consumar el crimen. En un acto público en Armenia, el presidente Petro anunció que lo quieren sacar de la Casa de Nariño vivo o muerto. Acotó el presidente que tres fuentes diferentes relatan el mismo hecho, la DEA lo informó, pero las FF. MM. nada saben (¿?). Sin embargo, sus enemigos dicen que está delirando y que más bien debe dedicarse a gobernar y obtener resultados.
¡Qué cinismo! Cómo pretenden que lo haga si todas sus propuestas se las bloquean en el congreso y en las altas cortes; la confabulación parece integral. El primer intento, que se sepa, fue en Pereira siendo candidato, el jefe del narco-ultraderechista grupo “La Cordillera”, muy afín al Centro Democrático, quiso matarlo; es posible que otros intentos se hayan dado, el performance de Petro en las plazas públicas los inquieta. El pasado 20 de julio para un desfile militar, se develó un plan siniestro contra el presidente de la República, con un guion de película, tal como hace algunos años mataron al presidente egipcio Anuar el-Sadat, también en una parada militar, un calco que ni el agente 007 habría podido averiguar. Para esas calendas, algunos medios señalaron a EE. UU. de estar detrás de los hechos y no es extraño que aquí también, solo quieren presidentes títeres. En Colombia existe una tradición de magnicidios, es una escuela fundada hace casi 200 años donde muchos han hecho posgrados en asesinatos políticos.
Uribe Uribe, Gaitán, Jaramillo Ossa, Pardo Leal, Galán y Pizarro hacen parte de este contubernio criminal con el Estado. Estos mismos son los que exterminaron a todos los miembros de un partido, la UP, crímenes perfectos que quedaron impunes, que ocurren cuando el Estado interviene. A esta tradición criminal ahora la llaman “construir sobre lo construido”, esto es, poner unos cadáveres sobre otros como ladrillos. Una vuelta grande sin la participación del Estado no es posible, dijo el paramilitar Ernesto Báez refiriéndose al asesinato de Jaime Garzón; tampoco se da sin el visto bueno de los EE. UU. Claro, esta conducta criminal no es nueva en Colombia; cuando apenas esta república se estaba organizando, intentaron matar a Bolívar y poco después atinaron con Sucre, el héroe de Pichincha y Ayacucho y hombre de confianza de Bolívar; el paramilitarismo en el país es de vieja data: Santander, Obando, Asuero, José Hilario López y otros pasaron por “un cristal sin romperlo ni mancharlo”, nunca se les pudo comprobar que eran villanos. Y como siempre, las investigaciones se tuercen y buscan un chivo expiatorio: Padilla traidor. Hoy, los conspiradores son más fuertes y sofisticados que antes, disponen de grandes fortunas, quizás mal habidas, y los intereses por defender son mayores, la simbiosis existente entre políticos y mafias es muy fuerte, con conexiones internacionales. Incluso, emplean los mismos eslóganes: “Fuera Bolívar”, “Fuera Petro”.
Esto revela que es el mismo libreto y la misma gente. Las democracias occidentales son de pacotilla, existe una organización supra Estado, la que define quiénes deben gobernar; se llama “establecimiento”, algo parecido al club Bilderberberg, el amo del mundo, el que decide cuantas personas deben morir cada año. En Suecia, adalid de la democracia en Europa, fue asesinado el primer ministro Olof Palme y vicepresidente de la Internacional Socialista. Palme era un pacifista, pero el negocio de muchos países es hacer la guerra, no la paz.
También fue asesinada una primera ministra en la India, es una práctica mundial. Las democracias son relativas, a los mandatarios les conceden unos parámetros para gobernar y de ahí no pueden salirse. Petro rompió esos límites y por lo tanto hay que apartarlo del camino. No soy un oráculo, pero la idea de eliminar a Petro incendiaría el país, los idus de marzo no han pasado.
Por: Luis Napoleón de Armas P.