“Atan cargas pesadas y difíciles de llevar y las ponen sobre los hombros de las personas; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (San Mateo 23,4)
El deber sin amor se convierte en una pesada carga. La ortodoxia Bíblica sin compasión es una de las cosas más desagradables sobre la tierra. En el estudio de la Torá se rescatan, seiscientos treinta mandamientos, trescientos sesenta y cinco relacionados con el hacer y el resto con el prohibir. Todos ellos necesarios para vivir una vida agradable a Dios. Esta era la situación del judaísmo farisaico en la época de Jesús. Podemos comprender como el peso de semejante cantidad de leyes, lejos de animar a buscar el rostro de Dios, los había llevado a que, en su mayoría, sintieran que la vida espiritual era algo imposible de cumplir, por lo que ni siquiera valía la pena esforzarse.
El problema principal, sin embargo, no estaba en la cantidad de normas y reglamentos, aunque, por cierto, estos entorpecían grandemente a quienes aspiraban a cultivar una vida espiritual. La esencia del problema era la manera que habían adoptado para enseñar esos preceptos al pueblo y exigir cabal cumplimiento. La contrariedad de ese grupo religiosos es que creía que su responsabilidad principal era simplemente decirle al pueblo lo que tenía que hacer sin comprometerse ellos mismos con el ejemplo.
La situación de hoy no es ajena ni distinta. Exhortamos y arengamos a otros para que hagan esto o aquello. Nuestras conversaciones giran en torno de lo que otros deben hacer. Nuestros consejos son una interminable lista de aspectos a cumplir con diferentes responsabilidades que otros están obligados. Y al igual, como en la situación del texto original, no es de extrañarnos que el pueblo se sienta agobiado y frustrado.
La mayoría de personas que viven dentro de una sociedad organizada saben cuáles son sus responsabilidades. ¿Quién no sabe que debemos amar a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como a nosotros mismos? ¿Quién de nosotros no sabe que debemos ser disciplinados en la búsqueda de Dios y generosos en el servicio a otros? El error de esta visión es creer que el pueblo se moviliza simplemente por exhortaciones, las cuales, acaban por atar cargas pesadas en los hombros de las personas. La responsabilidad de todo líder social, religioso, político o empresarial no es únicamente impulsar; sino acompañar a las personas a ser aquello para lo cual Dios los llamó y animarlos en su intento de implementar lo que les es necesario hacer.
Es menester ponernos a la par de la gente para ayudarles a vivir conforme a la verdad. Esto fue justamente lo que hizo nuestro buen pastor Jesucristo. Debemos animarnos a caminar en ciertas verdades, pero también ponernos al lado de la gente para mostrar cómo hacerlo. La diferencia entre una persona plana y fracasada y otra que no lo es, consiste en que la primera solamente recibe órdenes y exhortaciones, pero no tiene a nadie que le indique el camino a seguir. La segunda, ha decidido no solo mostrar el camino a otros, sino caminar con ellos siendo ejemplo y modelando la salida a las situaciones difíciles del camino.
Dice al adagio popular: lo que tú eres habla tan fuerte que no me deja escuchar lo que me dices. Mi oración para que seamos personas consecuentes que pasemos tiempo acompañando, mostrando y corrigiendo a otros, mientras ellos aprenden cómo caminar con el Rey.
Fuerte abrazo y muchas bendiciones.
POR: VALERIO MEJÍA.