En los últimos tiempos la democracia política, el concepto de democracia en general, ha estado abierto a los pueblos, constituyéndose en el bien popular por excelencia. Sin embargo, es evidente que de ella se viene gestando un proceso degenerativo, en unos países más que en otros. Su teoría se ha pervertido por el uso de prácticas que son precisamente su contradicción. Algunos medios de comunicación se solapan, sin importarles que pudieran estar matando la gallina de los huevos de oro.
Se dice que los antiguos griegos inventaron la democracia y la practicaron los romanos en su República, y que unos y otros la salvaguardaron creando la institución de la dictadura, de tal modo que cuando se abusaba de la democracia por insurgencias populares injustas, o se hacía impracticable por las guerras civiles, se empoderaba a un dictador para que gobernara en su defensa y restablecimiento. Un remedio para curar la enfermedad de la anarquía, previniendo mayores males.
Males que la democracia contemporánea no sabe curar, por lo que se agravan hasta el punto de que vivimos en una constante anarquía. En la actualidad asistimos a un escenario en el que los politiqueros tienen como profesión mantener pueblos y Estados en una larvada o manifiesta situación caótica.
Esta cuestión de la democracia corrompida tiene sus causas y al mismo tiempo sus manifestaciones; principalmente, el manejo criminoso del poder político por parte de sus beneficiarios, los politiqueros, que impide que los dineros públicos se apliquen a resolver los problemas sociales y a estimular la producción de bienes y servicios, y por el abuso del lenguaje democrático, usado indiscriminadamente por ilustrados y analfabetos. El colectivo se siente autorizado para decir y hacer todo cuanto se le viene en gana, casi siempre irresponsablemente, coreado por la banalización de la televisión mercantilista, las radio emisoras azuzadoras y la prensa amarilla, que no pocas veces se convierten en estímulos de libertinajes y actos ilícitos.
Su circulación es una vergüenza, y en este yerro suelen incurrir algunos medios y periodistas, especialmente ansiosos de figuración y demás ambiciones humanas. En esta atmósfera de comportamiento controversial mal sano, saturado de odios, en nuestra república se ha venido perdiendo la buena costumbre de respetar a los demás, con menos cabo de la armonía familiar y social y de la convivencia democrática, asunto de la mayor gravedad, pues tal como está ocurriendo se pierde el sosiego general y la necesidad de la solidaridad nacional, todo lo cual solo podrá remediarse con un corazón y una mente contritos, para volver a empezar de nuevo, a menos que sea tanta la destrucción que no quede nada con que recomenzar.
Sí, no nos hagamos ilusiones, porque aún permanecemos en la “Caverna” figurada por Platón. Los hombres hemos aprendido a hacer cosas, pero continuamos autodestruyéndonos. Desde los montes de Pueblo Bello.
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