“Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras…”. Santiago 5,17.
Dice el diccionario de la lengua española: Persona es cualquier individuo de la especie humana; mientras que personaje es alguien sujeto de distinción o calidad.
Me llama mucho la atención que al enumerar los ejemplos bíblicos de los individuos que protagonizaron historias de coraje y dependencia, encuentro que allí aparecen incluidos solamente los que se destacan, los que fueron número uno. Estos son los únicos que gozan del privilegio del premio, del ser mencionados, del ser puestos como ejemplo de los demás y dignos de ser imitados.
En el salón de la fama de la Epístola a los Hebreos, capítulo once, hay una lista de los que no solamente fueron personas, sino que por sus acciones, se convirtieron en personajes. Comenzando por Abel y terminando con los Profetas.
Amados amigos lectores, ¿En qué radica la diferencia entonces? ¿Cómo podemos convertirnos de personas a personajes? La diferencia gravita en que ellos fueron personas simples que creyeron en un Dios excepcional. Fueron personas ordinarias con un Dios extraordinario. Ellos no fueron seres extraterrestres, ni personas súper dotadas; simplemente, el Dios en quien confiaron, era un Dios excepcional y ellos entendieron como personas el lugar que les tocaba al servir a un Dios tan lleno de poder y majestad. Ellos no confiaron ni en su dinero, ni en sus posesiones, ni en sus influencias, ellos depositaron su confianza solamente en su Dios.
Ellos pasaron de ser personas comunes y corrientes de la especie humana a personajes, porque tuvieron un Dios incomparable. Elías oró a Dios, Abel ofreció su mejor ofrenda, Abraham entregó a su hijo, Moisés habló con Dios cara a cara, Enoc era amigo de Dios, todos ellos tuvieron la muestra de estar cerca de Dios.
Ahora bien, si Dios nos ha llamado a ser los número uno; nosotros los del montón, los que hemos creído de manera desprevenida en él, ¿cómo podemos convertirnos, cómo pasar de lo que somos ahora a lo que queremos ser? ¿Cómo pasar de simples mortales, personas comunes a personajes que tocamos el corazón de Dios?
Son varios los elementos que vienen a mi mente como respuesta a ese interrogante, pero especialmente el que tiene que ver con la búsqueda incesante de su presencia. No debemos tenerle miedo al éxito, ni recelar a confiar plenamente en Dios depositando en él todas nuestras cargas, ilusiones y esperanzas. La prosperidad integral vendrá no como fruto de una experiencia, como algo puntual, de algún acontecimiento; sino que vendrá como fruto de una relación, de una amistad, de una correspondencia de pacto, algo lineal y continuo.
Considero que los creyentes en Jesús estamos obligados a ser siempre números uno en este mundo. Pese a nuestros yerros y fracasos temporales, todo lo que somos y tenemos, debe estar alineado con las leyes del Evangelio eterno. No podemos conformarnos con el menor esfuerzo para pasar la vida lo mejor que podamos, adaptándonos al sistema de cosas, sino asimilando el real propósito de Dios con nuestra existencia; cuál es, la rendición de todo nuestro ser al creador, autor y consumador de nuestra fe.
Recuerda, a Dios le agradan los número uno, los triunfadores. ¡Conviértete en uno de ellos! Mi invitación hoy es a que mediante la imitación y la dependencia, seamos como árboles plantados junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo y su hoja no cae, y todo lo que hace prosperará.
Abrazos y ricas bendiciones en Dios…