MISCELÁNEA
Por Luis Augusto González Pimienta
De los estudiosos del poder surgen teorías a cada rato. Es un tema de nunca acabar. Así, a partir del siglo XIX se entronizó la teoría del cuarto poder referido al periodismo, por su impacto e influencia en la comunidad. En Colombia siempre se ha considerado que el diario EL TIEMPO determina a los presidentes de la república, o los sostiene cuando están a punto de caer, como ocurrió con el caso del proceso 8000.
También ha sido dicho que quien tiene la información tiene el poder, con lo que se consolida el imperio de los comunicadores que atacan o defienden, llamando a somatén. Ya no se discute si los periodistas influyen en la toma de decisiones sino quién influye más. Quién le habla al oído al mandatario de turno, quiénes son el centro de atención por sus escritos de apoyo o de oposición que inflan las ventas del medio para el cual trabajan. Son los cacaos del periodismo, los mandamases, que a veces asumen una postura pública de fingida humildad a sabiendas de que manejan los hilos del poder.
La historia nos trae ejemplos de casos en los que el periodista incurre en el peor de los defectos, la vanidad, y siguiendo un impulso de superioridad que confunden con independencia se lanzan a informar u opinar en contra de los intereses de sus patronos, provocando su defenestración. Porque no nos digamos mentiras, los conglomerados económicos manejan los periódicos y emisoras, y con ello logran acallar las voces disidentes y encaminar la opinión.
En los tiempos que corren los medios de comunicación se han convertido en jueces, como punto de cierre de un círculo diabólico que nace en el ejecutivo y subsume al legislativo, para que las cosas no cambien. Se advierte un incesante ataque a las altas cortes, magnificando cualquier desliz verbal o conducta humana medianamente reprochable, con el propósito de someter a la justicia.
El papel de jueces se advierte en la condena por anticipado a aquél contra el cual se inicia una indagación preliminar. Ahora que, para eliminar la posibilidad de una demanda indemnizatoria o de un denuncio por calumnia e injuria, acuden al expediente de usar los términos “presunto” o “supuesto”, creyendo paliar los efectos del barullo que arman en la titulación o en el contenido de la noticia. Por el contrario, cuando la investigación compromete a alguien cercano a sus afectos, la omiten, o, en el mejor de los casos, la minimizan, llevándola a una sección poco leída o escuchada.
Ser independiente no consiste en mostrarse desvergonzado, altanero o provocador, sino en buscar la verdad a toda costa y defenderla. Eso acrecienta la dignidad del ser humano y hace grande al comunicador social. En cambio, ser tendenciosos por conveniencia o por mandato superior, disminuye la credibilidad.
Obtener reconocimientos públicos es el secreto mejor guardado de los comunicadores. Afirman no aspirar a ninguno pero se mueren por ellos. De hecho, ningún galardonado expresa en el momento de recibir su trofeo que lo tiene merecido. Todos emplean la fórmula casi sacramental de decir “gracias por este inmerecido reconocimiento”. No hay que hacerse mala sangre por ello, forma parte de los lugares comunes socialmente aceptados.
Estas reflexiones son aplicables de igual manera a las empresas periodísticas. Irán al fracaso si usan este poder en provecho personal o como plataforma de lanzamiento hacia otros destinos. Podrán tener muchos lectores u oyentes, gozarán de muy buena pauta publicitaria, pero se hundirán finalmente por falta de credibilidad.