El enfrentamiento de Vicky Dávila con Hassan Nassar muestra cómo se ha venido abajo el periodismo colombiano, movido por rencores intestinos e intereses económicos y burocráticos; en una esquina, Vicky Dávila, una magnífica reportera y entrevistadora, pero sobrevalorada por lo que se mueve hoy, el show, la carnicería en redes y el periodismo espectáculo, lo que la lleva a manejarse con soberbia y a perder el control, como sucedió la semana pasada cuando insultó con los perores epítetos a su entrevistado, así la hayan provocado. Además, Vicky también hace parte de ese circo de periodistas que han aceptado invitaciones, viajes y cenas de gobiernos, para después atacar y perseguir, y en la otra esquina, Hassan Nassar, asesor de comunicaciones de Palacio, pero que se comportó como el twittero provocador que es; él representa al periodismo arrodillado al poder que trabaja en medios con una agenda caliente y picante que utiliza como plataforma para cumplir su gran sueño, obtener contratos, ocupar cargos y ser parte de ese poder, para tapar todas las jugarretas de la corrupción que tienen a este país carcomido. Lo más triste es que son dos talentos, pero equivocados en la forma y dedicados al servilismo y al enfrentamiento rastrero. Vicky responde con una columna que muestra su talante revanchista y camorrero, pide perdón, pero a renglón seguido la emprende contra Nassar y contra otros colegas que no se sumaron al coro de sus insultos para respaldarla ¿Por qué Vicky denuncia a Néstor Morales, a Camila Zuluaga y no dice nada de Julio Sánchez Cristo que es el papá de los periodistas con agenda en este país? Porque la rescató cuando nadie la quería. Su columna deja aun peor al periodismo, denuncias en el aire que comprometen a muchos comunicadores en temas de pagos del gobierno Santos para apoyar el proceso de paz, entrega de emisoras, contratos, prebendas, cargos, ahí se le volvieron a ir las luces la periodista, periodista.
Lo indiscutible es que el periodismo colombiano no ha muerto, pero sí vive su peor momento, con medios desprestigiados y periodistas que hablan todo el tiempo de la verdad, pero viven arrodillados y cuando no los satisfacen, intentan chantajear e intimidar a los políticos para lograr beneficios personales, como si olvidaran que la comunicación se democratizó con las redes sociales y, hoy, cualquiera los pone en evidencia, además están surgiendo nuevos contenidos que abren espacio a la pluralidad para confrontar el poder, la comunicación se volvió más ciudadana y trasparente, hay medios alternativos que están haciendo buena investigación y denuncia. Si el “gran” periodismo colombiano no se despega de la teta del poder o del odio visceral terminará sucumbiendo ante las nuevas formas de comunicar, ni qué decir de lo que pasa en regiones, donde se le llama periodismo de tripa con un adoctrinamiento por la pauta oficial que es aún peor, olvidando el verdadero sentido del oficio, ser guardián de la sociedad.