Han pasado muchos más años de los que yo quisiera, desde que llegó a mis manos un libro escrito por el historiador Abelardo Forero Benavides, Grandes Fechas, en el que con una magistral técnica narrativa cuenta algunos hechos de nuestra historia, entre ellos los ocurridos un 8 de septiembre en la Cámara de Representantes, de la que hacía parte.
Resulta que un año y cinco meses después del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, el Salón Boyacá de la Cámara literalmente sirvió de campo de batalla a liberales y a conservadores, quienes bajo la euforia del odio reprimido y en medio de correspondidas ofensas, decidieron que la estela de muerte de un proyectil era preferible a la tolerancia del disenso político. Desenfundaron revólveres y pistolas en un momento de terror, del que resultó muerto el joven representante gaitanista de origen boyacense Gustavo Jiménez Jiménez, inicialmente enfrentado a un representante conservador de apellido Castillo.
La bancada liberal y un sector del conservatismo quisieron aprovechar la tragedia y plantearon un “acto solemne de reconciliación nacional”, reunir ese mismo día al Congreso en pleno, “para que allí senadores y representantes, ante el cadáver de un colega, expresaran su propósito de reconciliación y de paz, mediante una moción patriótica alta y solemne, que sería aprobada por unanimidad”. La bancada conservadora se disculpó por no haber tenido comunicación con su directiva y a las cinco de la mañana, “como fantasmas que acaban de regresar al infierno”, cada quien se dirigió a sus hogares. No hubo tal reunión.
Esta resumida historia parece calcada en los debates de hoy, con la sola excepción de que los congresistas no llevan armas a las plenarias y la presencia del morboso público filmando con sus celulares cada ofensa, cada agravio, que luego son utilizados en el adoctrinamiento en la guerra de quienes votan por miedo o están convencidos de que el país es propiedad de unos pocos y los demás solo estamos capacitados para escalar los anillos muy inferiores del poder.
El espectáculo es grotesco, parecido más a una caricaturesca pelea de comadres de barrio, que al enfrentamiento programático y político de los padres de la patria en el escenario natural de la democracia. Cátedra les están dando los combatientes que por muchos años empuñaron un fusil y hoy se mantienen dentro del proceso de paz, aún contra los incumplimientos del gobierno y la decidida determinación de hacerle el esguince a temas ya pactados.
Entonces, cuando la prensa registra este tipo de bochornosos espectáculos, caigo en cuenta de que faltó implementar un proceso de paz, pero en el Congreso de la República, para que tanto senadores y representantes piensen en lo que le conviene al país y no en cobrar deudas personales al mejor estilo de la mafia siciliana, que solo con sangre olvida una afrenta. Si no entendemos que hoy Colombia es otra y solo nos preocupa aniquilar a quien en algún momento fue nuestro adversario, estaremos dando “pasos contados hacia el abismo”. Un abrazo. –