“Todo fluye, todo cambia, nada permanece” es una reflexión filosófica que se le atribuye al pensador presocrático Heráclito. No existe duda que todo fluye, todo cambia y nada permanece. Pero el movimiento por sí no cambia para mejorar en política, porque las cosas en asuntos de gobiernos pueden empeorar para una república, y es por este motivo, que la ciudadanía debe permanecer atenta a las políticas de los gobiernos de los Estados. La ciudadanía tiene que estar vigilante y sometiendo a juicio las políticas de los gobiernos.
Todo fluye o debe fluir, todo cambia o debe cambiar y nada debe permanecer idéntico en lo que se refiere al orden público en nuestra república. El orden público entendido como un estado de hecho contrario al desorden, sometido a las normas jurídicas y políticas de un Estado constitucional y democrático del derecho. En nuestra república existe en materia del orden público un estado de cosas inconstitucionales y la existencia de un conflicto armado lo prueba. Esto debe cambiar.
Pero el cambio tiene retos, en especial, cuando el reto es construir la paz con democracia y equidad. El cambio que es necesario en nuestra república es el de construir un modelo de democracia con justicia social y crecimiento económico. Una sociedad democrática que tenga instituciones que permitan el crecimiento económico, social y ecológico se requiere con urgencia. Los conflictos armados internos indican que las cosas no están bien en la sociedad y deben cambiar.
El cambio es un cambio político. ¿Cuál es el cambio político? La respuesta no puede ser otra que mejorar nuestras instituciones y reformarlas en democracia y bajo los principios del Estado constitucional y democrático de derecho, dentro de las reglas de un modelo de Estado constitucional y democrático de derecho, no puede ser otro este cambio. No es el cambio que persigue implementar el voto obligatorio, porque este atenta en contra de la libertad como autonomía y transforma al ciudadano en un hombre no libre para decidir en su fuero interno. La autonomía es sagrada.
Tampoco puede ser un cambio para fortalecer el poder unipersonal de los jefes de los partidos políticos. Los partidos políticos deben tener una estructura y reglas democráticas, ya que son la esencia y el valor de la democracia, como lo enseña Hans Kelsen y la calidad de la democracia depende de la calidad de la democracia de los partidos políticos. La reforma política tampoco puede ser concebida para debilitar la separación de poderes y el sistema de frenos y contrapesos impulsando la confusión de poderes. Menos, para minar el modelo económico de las sociedades contemporáneas.
Asimismo, no debe ser un cambio para fortalecer el poder presidencial y la centralización política, sino que, por lo contrario, el cambio debe ser para democratizar las relaciones entre el presidente de la república y las autoridades locales. En este sentido, las finanzas públicas deben ser democratizadas superando el odioso esquema que le atribuye el ochenta y cinco por ciento de los recursos a cargo del poder central y solo el 15% para las entidades descentralizadas territoriales.
La paz, la descriptiva, es decir, la superación de la violencia en la vida pública necesita remover las causas que condujeron al nacimiento del conflicto y se puede y debe construir con los grupos armados y un gran acuerdo sobre lo fundamental. La paz supera el conflicto armado. Paz en democracia, equidad y para mejorar las instituciones políticas con la participación de todos. Un acuerdo sobre lo fundamental es necesario y una mentalidad democrática.
Por Eduardo Verano De La Rosa