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Pausas y silencios

Por: Valerio Mejia

“Guarda silencio ante el Señor, y espera en él”.  Salmos 37:7

En estos días conversaba con mi gran amigo y hermano en la fe, Éibar Gutierrez Barranco, nuestro Juglar Urbano, acerca de la importancia de identificar los comienzos y finales de ciclos vitales en todo lo que hacemos.
En una pausa de silencio no hay música, pero la música se produce con ella. En la melodía de toda nuestra vida, la música que nos alimenta, se interrumpe aquí y allá por las pausas y los silencios; incluso, en ocasiones pensamos que hemos llegado al fin de la melodía.
A veces entramos en tiempos de desocupación forzosa, una enfermedad, la frustración que nos produce no lograr ciertos planes, la anulación de nuestros esfuerzos, o el menosprecio hacia lo nuestro de personas importantes para nosotros; todo eso, hace una pausa repentina en el himno coral de nuestras vidas, a tal punto que nuestras propias voces se silencian y dejamos de participar activamente en la creación musical de nuestras propias vidas.
¿Cómo lee el músico la pausa? Como lego veo a nuestros intérpretes, llevar el compás con un cálculo y una métrica invariable y pasar a la siguiente nota con tal precisión y firmeza como si no hubiese habido interrupción o silencio alguno.
Amados amigos lectores, llamo su atención sobre esto, para asegurarles que Dios escribe con un propósito la música de nuestras vidas. Por lo tanto, es nuestro deber, aprender la melodía y no desmayar en los silencios y las pausas.
Las pausas no existen para ser pasadas ligeramente por alto, ni para ser omitidas, ni para destruir o torpedear la melodía ni cambiar la nota tónica.
Mi consejo para hoy, sería: que dejemos de lado nuestra propia interpretación de los acontecimientos melódicos a nuestro alrededor y elevemos nuestra mirada hasta donde se encuentra Dios, moviendo el compás para nosotros. Si mantenemos nuestra mirada puesta en él, podremos pasar a la próxima nota de una manera clara, plena y fácil. Pero si agobiados por la tristeza y el desengaño, nos decimos que no hay ocasión para las pausas en nuestras vidas; o que no puede haber música en una pausa, entonces debo decir: que es justamente a través de las pausas, insertadas en los momentos melódicos precisos, como se puede producir la música.
Concluíamos que hacer música es un proceso lento, pero gratificante cuando sabes que estás en el camino correcto de tu vocación y tu destino. Yo afirmaría lo mismo con relación a nuestra relación con Dios, con cuanta paciencia Dios obra para enseñarnos a parar el ímpetu de nuestra vida y de vez en cuando buscar el silencio y ponerle pausa a la velocidad de la revolución en que vivimos.
Por otro lado, considero que la falta de pausas en nuestras vidas acarrea impaciencia; nos hace acalorarnos peligrosamente por lo que pueda acontecer. Las pausas nos permiten mantener un buen estado de ánimo. Aún con causa justificada, la indignación no es buena consejera.  Cuando nos enojamos, cierta clase de arena que podemos llamar desilusión, ingratitud, descortesía, se introduce en nuestra situación y refrena el trabajo y movimiento de la vida, haciéndonos producir chirridos agudos en vez de melódicas notas musicales. El roce y la fricción engendran calor y con el calor se producen las condiciones de mayor peligro en cuanto a decisiones y acciones sabias.
Guardemos silencio ante el Señor y aprendamos con gozo de las pausas necesarias para reorganizar, reestructurar, o simplemente descansar y reponer fuerzas para continuar. Dejemos que el aceite lubricante de su amor, humedezca nuestro ser interior y desde lo más hondo de nuestra alma, brote una canción cadenciosa de alabanza para él.
“Querido Dios, enséñame a guardar silencio y a aprender de las pausas en medio de la actividad. Gracias porque  produces en mi interior hermosa música de adoración para ti. Amén”.
Recuerda: no temas descansar y hacer las pausas necesarias para producir tu mejor música en la vida.
Un abrazo vallenato y solidario para Rodolfo Campo Soto y su familia.

Saludos y muchas bendiciones

valeriomejia@etb.net.co

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