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Pasión cruda

Nos dejamos de ver porque una tarde me llamó y le contesté feo al teléfono. Además de lejos estaba yo de un humor asqueroso esa vez; mejor dicho, toda una piltrafa la que le contestó ese día, como si ella tuviera la culpa de algo de lo que me pasaba, que no era nada diferente a las consecuencias de lo que me hacía a mí mismo; como si ella no hiciera siempre todo por verme al menos una sonrisita en la cara. Pero realmente las condiciones de un joven aspirante a poeta o artista eran patéticas en Colombia para ese entonces, a pesar de que no se justificaba de ninguna manera que ante un “¿Sabe que yo usted lo quiero mucho?” yo respondiera con un “Vamos a ver cuánto le dura”. Enseguida me colgó, pero me volvió a llamar para cortar definitivamente, y desde ese día ni más.

Hasta que seis años más tarde, meses después de la muerte de mi mamá, finalmente decidió llamarme. ¡Qué escenario! Yo, contento-triste, deprimido-entusiasmado, porque aunque me dejó todo ese tiempo no la había dejado de querer, porque eso de que no hubiera contestado las miles de llamadas que compulsivamente hice a su celular ni esos mails respondidos con la frialdad de una puta significaban nada para mí, frente a la presencia viva de su espíritu resucitando de entre los afectos muertos a través de su voz en el teléfono diciéndome que sentía mucho lo de la muerte mi mamá y lo de la enfermedad de mi papá y que me estuviera sintiendo tan mal y tal.

En esa llamada última me enteré de que no era por lo que le dije al teléfono ese día que me abrió sino por otras cosas, como que estaba necesitando de todo el tiempo disponible para su trabajo y yo no se lo permitía hacer de manera tranquila. Reconozco que era culpable de querer estar con ella 24-7, de no soportar que se demorara un segundo más de lo necesario en el trabajo si eso implicaba no estar viéndonos. Mejor dicho, toda una nena, y eso que me las daba del muy duro de corazón. Pero ella me conocía el seño fruncido cuando se atrasaba y me encontraba ya asfixiándome por falta de su aire. Menos mal al ratico me oxigenaba y ya luego todo era una maravilla porque, como te lo explico… ella como que tenía la facultad de llegarme hasta el núcleo con ternura inteligente; por muy cabezón que estuviera, bastaba con que ella me mirara a través de sus lentes de contacto transparentes para que mi vida no fuera ya una porquería. Sin embargo, por motivos que no caben en el espacio restante y a pesar de que desde hace más de seis años quería tenerla cerca, hace poco tuve que cancelar una cita que habíamos acordado la última vez que hablamos para pasar en mi casa un par de días durante esta Semana Santa. Tiempo después comprendí que había hecho lo correcto.

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Jarol_Ferreira: