Pasemos al otro lado

“Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: pasemos al otro lado” (San Marcos 4,35)

Cómo no entender la indignación de los discípulos: una violenta tempestad arreciaba por todos lados. El viento aullaba y las olas castigaban ferozmente el bote. Los discípulos empapados por el burbujeo del mar y el agua que se metía con insistencia hasta el fondo de la embarcación. Luchaban con desesperación para no hundirse. Y Jesús, ¿dónde estaba? En la popa de la embarcación; durmiendo. 

¿Cómo evitar la conclusión de que a él no le interesaban sus vidas? Siendo ellos un grupo de judíos, conocedores de la Ley, los Profetas y los Salmos, ¿cómo evitar la conclusión que sus promesas eran falsas? Cómo no pensar en la promesa: ¡no se dormirá el que te guarda! Por cierto, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel. 

Serían muchas las razones para justificar por qué dormía el maestro. Tal vez, estaba agotado, pues había pasado todo el día muy activo enseñando a las multitudes. Sin embargo, sospecho que su despreocupación tiene un origen distinto. Las instrucciones de cruzar el lago las había dado, por inspiración del Padre. Ya antes había declarado que nada podía hacer por sí mismo, puesto que su misión era hacer la voluntad del que lo envió. Así, podemos inferir que la orden de pasar al otro lado, provenía del Padre mismo.

Es comprensible, entonces, que el Hijo de Dios no estuviera preocupado, porque sabía que el Padre se encargaría de que llegaran al otro lado. Su confianza se centraba en la profunda convicción de que había uno mayor que velaba por su bienestar y se encargaría de cumplir sus promesas. Si Dios había mandado pasar al otro lado, ¿quién lo podía impedir?

La idea central del escrito, contextualizada para hoy, es que igual necesitamos tener un espíritu reposado de quienes saben hacia dónde se dirigen. Esa misma relación es la que debería existir entre la iglesia de Cristo y la atribulada sociedad de hoy. Necesitamos ministros espirituales y líderes sociales que sepan hacia dónde se dirigen y si el destino escogido es la voluntad del Padre. 

Esta actitud de fe y confianza la podremos tener en la medida en que estemos seguros de su presencia en la barca de nuestras vidas. La única manera de estar seguros, es buscando la voluntad de aquel a quien servimos. Es buscando escudriñar y obedecer su Palabra, mientras oímos su tierna voz animándonos a pasar al otro lado.

Si escuchamos su voz y confiamos en sus promesas, no habrá tormenta que pueda pararnos. ¿Sabes claramente hacia dónde te diriges? ¿Es esa la dirección de Dios para tu vida? Si podemos responder que sí…entonces, ¡avancemos tranquilos que Dios está en control!  Fuerte abrazo y abundantes bendiciones.  

POR: VALERIO MEJÍA.

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