Mi percepción es que estamos actuando como caballos desbocados por el miedo a las consecuencias de la pandemia, todas de por sí deplorables. Pareciera que la humanidad entera se ha desquiciado. Esto ha sido desde el comienzo de las medidas restrictivas, llámense cuarentena, aislamiento social, toque de queda, ley seca, pico y cédula, etc., con el propósito de evitar el contagio masivo que colapsaría la capacidad de la atención de los pacientes críticos. Si seguimos descontrolados, posiblemente caeremos a un precipicio del cual sería difícil salir y lo más complicado sería recomponer los estragos de la pandemia en breve tiempo o siquiera a mediano plazo.
En cuanto a la actual situación, altamente peligrosa para todos los colombianos, debido al aumento de covid-19 en la tercera ola de la pandemia, su manejo sigue siendo anormal, tanto por los diferentes gobernantes como por la gente en general, que incluye empresarios, comerciantes y negociantes de todos los tipos. De veras, no hemos querido entender que estamos enfrentados a una terrible pandemia catastrófica, cuyo autor es invisible, con un comportamiento extraño poco conocido que, hasta ahora, ha causado la muerte a cerca del 3% de los contagiados y otro porcentaje aún no cuantificado queda con secuelas, tanto físicas como síquicas, cuyas recuperaciones requieren adecuada rehabilitación.
En plena catástrofe, que conlleva a un alto riesgo la salud y la vida de los sobrevivientes de la pandemia, el presidente Duque, a través de su ministro de Hacienda, el tristemente célebre Alberto Carrasquilla (ya todos conocemos los porqués de su celebridad), se atreve a radicar en el Congreso Nacional una reforma tributaria leonina disfrazada con nombre de generosidad, dizque benefactora para nuestro país y su población más vulnerable. Argumento poco creíble, por ende, ha tenido enorme rechazo popular, incluso de la mayoría de los actuales congresistas que, dicho sea de paso, por la proximidad del inicio del proselitismo electoral, porque apoyar dicha reforma los perjudicaría notoriamente.
Del tal inconformismo surge la protesta con un paro nacional, realizado ayer 28 de abril con marchas callejeras en varias ciudades del país, donde hubo copiosas aglomeraciones, en algunas con el consabido vandalismo y en Cali las autoridades establecieron toque de queda desde la una de la tarde por el abundante saqueo de almacenes y quemas de vehículos del trasporte público.
Personalmente, censuro fuertemente la pretensión del gobierno central de querer imponer una reforma tributaria en medio de una pandemia que ha destruido la economía, empobreciendo a la población y mucha gente con hambre. Tampoco comparto las marchas callejeras que convocan muchedumbres, cuando diariamente hay grandes cantidades de contagiados por el coronavirus, porque esto es un atentado contra la salud y la vida.
La economía es importante, pero más la vida, díganme quién desea morirse, pareciera que sí por la indisciplina social, por la actitud de los empresarios y comerciantes, también parece que los gobernantes quisieran que la gente se muera. Recordemos los muertos por las aglomeraciones de fin de año, el turismo de semana Santa, qué decir de la educación presencial o alternancia y demás condiciones predisponentes al contagio.
Da grima la impávida indolencia de los dirigentes sindicales por los demás miembros de los diferentes sindicatos. Pero es mayor la indiferente y extremada terquedad del presidente Duque, pudiendo haber evitado el paro nacional. Pareciera que nuestro joven presidente, con suma altivez, ha ignorado que es el principal responsable de la protección de los bienes, salud y vida de todos los colombianos.