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Parecidos entierros

Por Luis Eduardo Acosta

“Si alguno se va pa’ Plato me le dicen a mi madre que se ponga el traje negro que yo aquí me estoy muriendo, ella ignora los desprecios que a su hijo le están haciendo que pregunte por mi nombre en los cementerios del valle…”

El aparte transcrito, corresponde a la canción titulada “La Desentendida” de la autoría de Julio Fontalvo, grabada por los Hermanos Zuleta e incluida en el LP Fiesta Vallenata en el mes de noviembre de 1984, en la cual el veterano compositor amenaza a la chica con su suicidio y que se tomara un veneno por su culpa al no acceder a sus pretensiones amorosas, canción que vino a mi pensamiento a propósito de los entierros (de los de verdad), de Diomedes en Valledupar, y de Adalberto, su fiel seguidor, en Mongüí, mi pueblo insustituible en mis afectos.

Sucedió que el cinco de enero reciente pasado. Me desplacé desde Riohacha para asistir a las honras fúnebres de Adalberto, un humilde trabajador del campo que hasta el día de su muerte hizo vida marital con mi prima Marina, la de Rosa, y mientras su mujer, sus hijos y familiares caminaban desde la iglesia hasta el cementerio en el riguroso sepelio, acompañados por nuestra gente, pude darme cuenta de algunas curiosidades que me recordaron lo que dijo premonitoriamente el Cacique de La Junta en la famosísima entrevista que le hizo Ernesto Mcausland, y no era para menos pues allí me enteré, que era Adalberto el Diomedista número uno de allá, y durante su convalecencia sobrellevaba el dolor que le causaba su prematura enfermedad escuchando una y otra vez su más reciente disco.

Igualmente observé, que el doloroso desfile hasta su última morada, estuvo presidido, por un bullicioso equipo de sonido encarapitado en una camioneta con música del hijo de la vieja Elvira a todo volumen.

Todavía hay otros detalles curiosos. Cómo les parece, que tal como sucedió en Valledupar, en esta oportunidad, mientras caminaba detrás del féretro pude degustar unas deliciosas empanadas que parecían elaboradas por una mujer enamorada, su color evidenciaba el achote al punto, y la carnida molita con el vinagrito preciso, también observé vendedores de algodón en palos, dulces de leche en panelitas y frasquitos, chicles y otras cositas, allí comente a mi contertulio Lauriano Mejía, que definitivamente, nuestro pueblo está en progreso porque ya los entierros son igual que en el Valle del Cacique Upar.

No está demás advertir, que así como hubo similitudes, también hubo ciertas diferencias, por ejemplo, en el de Diomedes, más de uno asistió para dar rienda suelta a la espejista pantalla vitrinera, en el de Adalberto, allí estuvimos de corazón porque era un buen tipo y porque su mujer es puntual en sus cumplimientos, y eso es prestado; durante las nueve noches del Valle hubo misa, entrevistas, solemnidades y oportunismos, aquí hubo acompañamiento desinteresado, comimos prójimo, tomamos café, y degustamos un frichi maravilloso con una yuquita gomosa traída de la sierra de treinta.

En la tumba del marido de la prima, no hay número especial como en la del Cacique, pero hemos sabido que mi tía Nelis Medina tiene la firme intención de quebrar las casas de apuestas, anotando en el chance los números del día, mes y año de la partida final del interfecto fallecido; así fueron las cosas en el velorio de un Diomedista de los talones a la mollera.

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Luis Eduardo Acosta Medina: