En las carreteras que conforman el sistema circulatorio de la región, en temporada de lluvias, abundan muchachos que aprovechando la benevolencia de algunos árboles silvestres se dedican a recolectar racimos de mamón para rebuscarse el pan de cada día, ofreciéndolos a precio módico a los transeúntes que debido a un traspiés en la carretera deben disminuir la velocidad o frenar antes de seguir hacia su destino.
La carretera va llevando pasajeros necesitados sobre su superficie accidentada, vaciando y llenando pueblos con paisanos que van y vienen, entre tristes, esperanzados y alegres. Frenan o le piden al conductor que los lleva que se detenga para comprar el racimo que servirá para calmar un rato la ansiedad o mantener regulado el nivel de azúcar en la sangre; entonces una multitud de manos se arraciman sobre el vidrio de la ventana del carro, cerrada para evitar la dureza del exterior, y empieza el parloteo, el regateo.
Los muchachos usan como caja registradora una mochila de fique, roída por el uso diario, sucia de barro y smog. Una sonrisa de satisfacción emerge de sus rasgos calcinados cuando logran cerrar una venta, más si se trató de uno de esos clientes difíciles que, por haber estado o por nunca haber estado en la misma posición social que ahora ostentan estos muchachos, no deja de amenazar con arrancar e irse sin realizar la compra en caso de no obtener una sustancial rebaja en el producto: nobles mamones, golosina orgánica, chicle criollo, paradigma gastronómico para rumiar pensamientos…
Son tan rápidas las relaciones que establecen estos muchachos con sus clientes que les es muy difícil conectarse con sus sentimientos: caras que cambian como en un videoclip y que en un pestañar compran o no compran y se van, la mayoría para nunca volver. Aunque no faltan los clientes regulares, conformados casi siempre por transportadores que encuentran en estas frutillas el artículo perfecto para ofrecer un entremés a sus pasajeros y disfrutar ellos mismos del agasajo. También son buenos clientes los gasolineros, que cuentan con mamones la distancia transcurrida entre el punto de embarque y descargue de las pimpinas; y los soldaditos rasos, que mientras hacen guardia en puestos de control vial reciben mamones como ofrendas de viajeros condolidos.
Anécdotas dulces y ácidas,nacen y se cuentan entre los camaradas que comparten el oficio; brotan desprevenidamente mientras se desarrolla la faena de recolección, clasificación, empaque y venta de la mercancía. Se levantan tempranito a trepar árboles como sus antecesores primates, para recolectar lo que será su materia prima y producto final a la vez; su fuente de alimento, placer y subsistencia para su existencia y la de sus familias. La plata reunida durante su jornal les alcanza para mantenerlos a flote hasta el día siguiente, cuando deberán volver a lo mismo mientras dure la cosecha, que ya de tantos muchachos en las mismas empieza a mermar antes de tiempo.