En tiempos inmemoriales los escritores eran una especie de genios, superdotados e iluminados que demostraban a través del don de convertir palabras en verdaderas aventuras, de plasmar sabiduría pura, inicialmente en tablillas, luego en pieles y papiros hasta llegar a la magia del papel; la escritura moldeó al mundo y lo adelantó en el tiempo muchos siglos porque con la escritura vino además el ingenio, la investigación y por supuesto la inventiva que hoy nos sigue asombrando.
Hasta el siglo pasado y a principios de éste, antes de la aparición de internet y con ello la revolución de las cosas, escribir era uno de las mayores proezas de la humanidad y por supuesto leer era sinónimo de cultura, le era imperdonable a la sociedad que alguna parte de su población fuese analfabeta; de hecho, para medir el desarrollo de un país éste era uno de los principales indicadores, pero en Latinoamérica esto cambió y fue desplazada por otras “habilidades” como por ejemplo la de “crear contenido”, es decir, se premia al que tenga la mayor capacidad de “entretener” a la galería.
Las hojas llenas de palabras e hiladas bajo la cronología de una historia, el suspenso de un cuento, o la maravilla de una novela, han ido quedando arrumadas en algún rincón de la historia, en lúgubres bibliotecas de intelectuales o en librerías en bancarrota que se resisten a desaparecer o sucumbir ante el impetuoso huracán de lo audiovisual y de la inteligencia artificial (IA) que terminó amenazando y muchas veces desplazando a escritores, periodistas, compositores, cantantes y muchas profesiones mas que en el pasado requerían no solo estudiarlas en la academia sino poseer un talento natural para aprenderla y ejercerla, hoy, cualquiera con una buena cámara de celular y un programa de edición hace maravillas.
El problema es que cada vez hay menos personas que leen y con ello el nivel de desarrollo de habilidades que la lectura genera en las redes neuronales del cerebro ha disminuido alterando ciertas capacidades, incluso se cree que el aumento de enfermedades como el Alzheimer o Parkinson están asociadas al atrofio al que se ha sometido al cerebro humano por el exceso de facilidades en la vida diaria que antes requerían un esfuerzo físico y mental y que hoy a través de comandos de voz una persona puede perfectamente prescindir incluso de la capacidad de movilizarse. Todo, absolutamente todo, puede llegar a ser automatizado, robotizado y reemplazado por IA (inteligencia artificial).
Escribir un libro le podía exigir a un escritor a veces años enteros, era tal el nivel de exigencia que algunos se pasaban meses enteros en un estudio, una habitación o en un lugar alejado de todo para poder inspirarse y transcribir en páginas en blanco verdaderas joyas literarias; de hecho, escritos de hace siglos siguen siendo de tanta influencia para la humanidad que necesariamente necesitaron tal nivel de inspiración y de inteligencia para convertirse precisamente en eso, influenciadores del pensamiento y constructores de realidades más allá de lo palpable por los sentidos comunes.
A los escritores (al menos en nuestro país), cada vez nos leen menos, se nos aprecia menos y mi teoría es que escribir se democratizó y se volvió popular; de hecho lo comparo con el arte de cantar, en nuestros días cualquiera pude hacerlo con ayuda tecnológica independientemente si sabe cantar o si tiene el talento para hacerlo pues basta con invertir una gruesa cantidad en un exitoso plan de marketing para que el consumidor que no distingue entre un aullido y una nota musical empiece no solo a escucharlo sino a repetir como un sonsonete que “fulano lo hace muy bien” o “sutano me gusta” así suene horrible y desafinado; asimismo, escribir cayó también en ese oscuro hoyo de mediocridad y basura.
Con este panorama tal y como se describe me atrevería a vaticinar que la escritura está en una profunda crisis puesto que si se hiciese un estudio sobre las personas que leen y el rango de edad en el que están, sería fácil deducir que en 20 años o menos no habrá en el país y en muchos países de Latinoamérica quien lea un diario o un libro porque la mayoría sabrá hilar palabras y oraciones pero no sabrá leer y ese día la humanidad estará tan idiotizada que el mayor acto de inteligencia será poder atarse los cordones de los zapatos sin ayuda.
Por: Eloy Gutiérrez Anaya.