Por Silvia Betancourt Alliegro
Querido humano, amigo, hermano:
Quizás en este momento mientras lee los titulares de este diario, usted está desayunando, piensa que el café quedó demasiado negro, que los huevos no están en su punto, y que el pan es viejo -esto en el caso de un desayuno continental-, usted es totalmente libre: terminará de acicalarse y se encaminará con dinámico optimismo a su lugar de trabajo; el día transcurrirá normalmente, las rutinas le confirman en la idea de que forma parte del mundo, que puede programarse y edificar proyectos.
Pero imagine por cinco minutos que usted, dentro de dos horas, estará inerme, todos sus actos vitales o simples estarán supeditados a la voluntad ajena. Será amordazado, atado de pies y manos, tendrá que caminar muchos kilómetros con zapatos inadecuados para el terreno, no podrá decir que tiene frío, ni fatiga, ni ganas de orinar; tampoco podrá insultar a los callados seres que le conducen a algún lugar inexpugnable, ellos reciben órdenes y las cumplen, tal como hacen los empleados de cualquier oficina, mejor dicho, ellos son empleados de alguna Corporación.
Cuando lleguen al territorio predeterminado, le harán conocer el reglamento interno.
Su familia será informada del suceso, pero no sabrá en qué lugar está, ni bajo qué condiciones higiénicas y mentales. Empezarán por utilizar el mecanismo de recordar para pensar que aún está con vida. Lo mismo hará usted.
Poco a poco mirará el entorno, con mucha lentitud y concienzudamente detallará cada ladrillo, grieta, contará las vigas, y ese espacio y ese tiempo se instalarán a perpetuidad en su mente. Esto en el caso de que no lo hayan aislado en una cueva donde no verá la luz del día, y así, sepultado en vida, los sonidos adquirirán dimensión trascendental, entonces sabrá qué hora es por el ruido del agua que corre en el baño o la cocina, o por la visita de la sombra que le lleva de comer, o pasa a recoger el balde que le sirve de inodoro.
Si es mujer, podrá saber qué cantidad de tiempo lleva interfecta, si es que la anemia le permite cumplir cada mes con el menester del fluido.
Al comienzo la comida le causará asco y bascas, pero el estómago se impone, como en todo acto de la vida, y no se asombrará cuando anhele el yantar cotidiano casi petrificado: arroz, pastas, lentejas, plátano, y agradecerá el día que le sienta el sabor acentuado por algo de sal; de pronto para la Navidad le añadirán algo de cebolla y ajo, derramará densas lágrimas al masticar lentamente con los pocos dientes que le quedarán.
Se habrá dado cuenta de que he tratado el tema con suavidad, porque solo un resucitado puede referir con fidelidad las terribles penas que padeció por días, meses o años ¡y no importan los motivos esgrimidos por los secuestradores! el rapto de personas por chantaje, sea económico o aduciendo motivos políticos, o ideologías recicladas, es la más terrible aberración que existir pueda; es más, afirmo que en todos los casos sería preferible la muerte súbita, veamos por qué: Si un ser querido fallece lo lloramos, lo añoramos, lo enterramos ¡sabemos dónde está!
Desde Cuba la plana mayor de las FARC afirmó que no tienen secuestrados, entonces ¿Qué hicieron con los que tenían? Hablemos, callando condescendemos, por tanto, pactamos el rapto de equis número de personas de las cuales dependen otras.
@yastao