Desde ya es fácil observar por doquier rincón de la extensa geografía de la Colombia olvidada un grueso número de aspirantes de diferentes corrientes políticas, recorriendo las provincias, saludando a Raimundo y a todo el mundo como en cualquier certamen de belleza, dando abrazos a quienes se les aparezca, besos a viejitos y cargando niños por un ratico, solo para la fotografía.
Algunos disimulan su presencia, afirmando que quieren conocer de cerca los problemas y necesidades que aquejan a las comunidades vulnerables, otros realizan debates para disfrazar sus pretensiones. Este es el mismo cuentico de siempre, que sucede regularmente en la antesala a cada contienda electoral. Esta payasada intencional se conoce como la Rueda de Samsara, que equivale a la repetición del famoso proselitismo político electoral.
Pero lo más insólito e inaudito es que cuando estos aspirantes llegan al poder, como por arte de magia, todo lo olvidan. La situación se da casi sin excepción en los diversos entes territoriales del país. Con esta anacrónica, perversa y obsoleta forma de hacer proselitismo político, estamos lejos de vivir la modernidad del aparato estatal que desde hace años articulan países adelantados del continente europeo; también, estamos distantes de asimilar a gobiernos de avanzada y desarrollo vertiginoso como Alemania por ejemplo, donde la canciller Ángela Merkel, mucho antes de ser mandataria, vivía recorriendo en forma constante y permanente todo su país, para diagnosticar los problemas y luego llevar soluciones, no dejar la problemática en el cuarto de san alejo, como lo hacen aquí; en Colombia no, si un aspirante a cualquier corporación pública, esos que visitan a los desposeídos solo en época electoral, de llegar a perder ya no lo volverás a ver sino a los próximos cuatro años, la próxima contienda.
Es urgente, necesario y perentorio inyectar ajustes normativos, éticos e institucionales al tradicional sistema de ejercer la actividad política en nuestro país, se requiere un cambio total y estructural que propicie renovación y cambio en el consabido y consolidado estilo de hacer gobierno en el país. Es vital coartar el tradicionalismo o convencionalismo rígido, repetitivo y libresco que enloda nuestra nación y que es orquestado por caciques políticos que pisotean el prestigio y trascendencia de lo que significa la verdadera democracia.
Los elegidos en Colombia a cualquier corporación pública, llámese Concejo, Asamblea, Cámara, Senado, alcaldías y gobernaciones, no son producto de la elección legítima del constituyente primario, son fruto de verdaderas artimañas políticas, manipuladas por los feudales de nuestra atrasada y raquítica pseudodemocracia. Se hace exigible un pensamiento transformador y renovador que ponga fin a la consabida corrupción, muy arraigada en nuestro andamiaje electoral.
Es bueno voltear la mirada hacia la modernidad y el desarrollo que se aprecia en países como Suecia, Finlandia, Singapur… que muy a pesar de ser pequeños en censo poblacional, son grandes en capacidad y eficiencia en la salud, educación, vías, generación de empleo…
Es la época que aparecen estos personajes camaleónicos, expresando que ha llegado el momento, que ahora sí harán, cuando en la realidad este verbo no lo saben conjugar y prácticamente no hacen ni dejan hacer y lo único que están buscando en la población colombiana es anticiparles el rechazo absoluto; además, provocando polarización en este país; enardeciendo a sus habitantes con discursos inanes que no brindan convencimiento, solo para incautos e ingenuos; culpando a la pandemia de todo lo sucedido que no les ha permitido actuar.
La verdad es que el artículo 40 de nuestra Constitución Política señala el derecho fundamental a elegir y ser elegido, unos se harán elegir con argumentos creíbles, otros, pintándole a la gente pajaritos en el aire y castillos de arena y solo vuelven a los cuatro años, los mismos con las mismas.