Hace pocos años conocí y asesoré un caso que se relaciona con el título del escrito, por tal razón tengo la autoridad para exponerlo hoy. Se desarrollaba una jornada jurídica, gratuita. En dicha jornada atendí a una pareja, adultos mayores por cierto, me informaron que tenían un bien inmueble, una casa urbana, dos hijos, una joven de 17 años y un varón de 16 años; la hija insistía que les escriturara la casa en vida; la madre había escuchado a su hija decir que se haría a la casa de cualquier manera.
En la consulta le manifesté a la pareja que sus hijos tenían expectativas sobre la casa, pero en vida la pareja eran los propietarios, incluso podían venderla; además, que no les cediera la propiedad.
Siempre hemos oído la frase que la ambición rompe el saco; no es suficiente lo que tenemos, no quiero expresar que seamos conformes; tenemos que aspirar a todo dentro de lo lícito y permitido, pero en este caso la ley es expresa, clara, los herederos sucederán en bienes luego del fallecimiento de sus ascendientes.
Pero el caso es que llega la ambición, se máquina y se aniquila para poseer más y más y lo más pronto posible, cueste lo que cueste, sin medir distancias y consecuencias. No hay que olvidar que en la antigüedad, además de adquirir bienes, quienes los pretendían asesinaron sin piedad a sus hermanos.
Epicuro de Samos expresó: “Si quieres ser rico no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia”. Fabricando este escrito encontré otra frase muy relacionada: la codicia es el desierto de tu insatisfacción, que te conlleva a corromper tu corazón; yo agregaría otra: la codicia es corrupta y la avaricia es deslealtad; ambas son el abismo de muchos.
Los pobres no heredan bienes ni acciones bancarias, heredan taras, enfermedades, y al realizar procesos de sucesión sobre tierras surge otra frase: partir las tierrecillas, sin duda alguna, te dejarán solo rencillas y otra más: quienes sus bienes dan en vida, merece que les den con una porra en la barriga.
Volviendo al caso, la pareja de adultos mayores me buscó no hace mucho; lo primero que me contaron fue que habían accedido a la petición de su hija de escriturarles la casa. Inmediatamente me imaginé lo peor.
Todo ante la insistencia tan marcada que les hacía su hija mayor, señaló el padre, y la madre lo ratificó. Faltaba conocer lo más tétrico de este desenlace: la pareja llorando me relató que luego de escriturarles la casa a su hija e hijo también, ella ya había cumplido los 18 años de edad; esperó a que su hermano obtuviera la mayoría de edad; le ayudó en el trámite de la cédula y al obtenerla al día siguiente les comunicó a sus padres que eran los nuevos propietarios de la casa y que se la tenían que desocupar.
Lo fríamente calculado por la hija se había cumplido; los progenitores me preguntaron: ¿Qué podemos hacer para recuperar la casa? Nada se puede hacer, respondí. Se juntaron aquí la ambición y la codicia de unos hijos desalmados por obtener una herencia.
Queda muy claro que los hijos se pelean por las herencias de sus padres. Hasta ahora no he visto que se peleen por encargarse de sus progenitores cuando estos envejecen y están enfermos.