Por: Jairo Mejía
Anhelamos muchas cosas, nuevos comienzos, nuevas oportunidades. Vivimos siempre esperanzados, ¿de qué?
Quizás algunos hayan escuchado o leído sobre el mito griego de Pandora o sobre la caja de Pandora. Un mito hermoso, al igual que muchos otros, en donde surge la esperanza como esa salvación cuando vemos que todo está perdido. Pero detrás de la esperanza surgen otros términos que de igual forma nos invitan a reflexionar, como son la resiliencia y, sin duda alguna, la fuerza más poderosa: el amor.
Pandora, creada de arcilla por Hefesto y por encargo de Zeus, rey del Olimpo y animada por los cuatro Vientos, Bóreas, Noto, Céfiro y Euro por indicación de éste, quienes con sus alientos le dieron vida como humana, fue la primera mujer sobre la faz de la tierra y el gran amor de Epimeteo.
Aparece entre los hombres como venganza de Zeus en castigo a Prometeo, quien lo había traicionado entregándoles el fuego de los dioses a los hombres, condenándolo a que un águila se comiera todos los días su hígado, que volvía a crecer, para ser nuevamente devorado por la misma rapaz al día siguiente.
Para resumir el mito, aunque es maravilloso leerlo de principio a fin, lo cual invito a hacer, nos cuentan que Pandora yendo en contra de la orden de no abrir la caja que había sido entregada y reposaba en el hogar con Epimeteo, la abrió una noche cualquiera desatando todos los males sobre la Tierra, dejando únicamente adentro “La Esperanza”. Al abrir la caja surgió en primer lugar un ruido ensordecedor que acompañaba el hilo de humo que salía de ella, eran las voces de todos los seres vivos en un mismo sollozo escalofriante. Era el dolor, la hambruna, la guerra, el asesinato, el odio, la penalidad, la tristeza, la ansiedad asfixiante, la angustia furibunda, el dolor con el rostro de todos los rostros, con el cuerpo de todos los cuerpos, adueñándose del tiempo y del espacio, de estos y de los que vendrían a partir de ese instante, tal como magistralmente nos lo describe Montesinos. Aquella hermosa mujer con su desobediencia había desencadenado que el destino de los hombres fueran la desesperación y el llanto, la confusión demente, la fetidez de la muerte inesperada y sangrienta, el desasosiego de verse a la deriva, descubrirse naufragados constantemente, reconocerse presas visibles y vulnerables sin remisión, encadenadas como Prometeo a una montaña milenaria, para satisfacción de todas las rapaces imaginables día a día.
Hoy, pensamos en La Esperanza, como aquel sueño casi imposible que les queda a los hombres para mitigar los sufrimientos y angustias, para avanzar en contra del tiempo dejando atrás el pasado que no fue favorable. Sin embargo, tal como lo dije, detrás de ese mito encontramos la resiliencia, encarnada, si podríamos decirlo de alguna manera, en un águila, el ave más longeva y es que cuando le toca afrontar una situación crítica y si quiere sobrevivir debe adaptarse a la adversidad, al trauma, a la tragedia, a la amenaza de ver que sus garras se han desgastado y ya no son tan recias como antes, que su pico se ha curvado en exceso, que las alas comienzan a pesarle a causa de las plumas y que le cuesta así volar y no puede ir por sus presas y no puede alimentarse, de modo, que su final debería ser el de echarse en una oscura cueva y esperar su muerte, pero no, ella elige vivir, y entonces decide renovar su cuerpo y es cuando se aísla por casi seis meses viviendo de la comida cercana y ajena y exponiendo sus miembros a la Madre Naturaleza para corregirlos. Golpea su pico contra el suelo o la roca hasta hacerlo desaparecer y, tras esperar a que le salga uno nuevo, ya puede desprenderse de sus inútiles garras, y al crecer estas de nuevo, empezar a quitarse su viejo plumaje.
Todos deberíamos ser como el águila, debemos buscar salidas dignas a la opresión que surge en nuestra existencia y no andar de un lado a otro para pretender solventar los problemas del día a día. Debemos renovarnos y desde adentro, por cierto, y si lo podemos hacer en pareja o en familia, demostrando verdadero amor, sosteniéndonos el uno al otro con afecto y deseo de protección sincera sería mucho mejor.
Ningún proceso de renovación es fácil, pero si lo hacemos atando la esperanza y con coraje suficiente tendremos oportunidades de hallar lo que deseamos. Somos merecedores de mejores cosas cuando las buscamos con sacrificio y disciplina porque ni en los más espeluznantes de los sufrimientos cabe perder la esperanza.