Debido a los efectos de propagación y trasmisión del virus COVID 19, la Organización Mundial de la Salud declaró que la situación se convirtió en pandemia mundial. Este comunicado convulsionó y ocasionó desplome bursátil, trepada del precio del dólar y caída estrepitosa del precio del barril de petróleo, superando el antecedente de la Guerra del Golfo en 1990.
El coronavirus dejó de ser una preocupación para convertirse en una amenaza para el crecimiento global, asimismo, revivió las teorías de las viejas conspiraciones y las guerras biológicas, como instrumentos silenciosos, en aras del poder económico. Sobre estas alusiones, las certezas están basadas en especulaciones, sin embargo, los efectos económicos pusieron a la pandemia en la cresta de la ola, pero por debajo, un motor invisible hace creer que el fondo de la situación tiene grandes intereses económicos, sobre todo, por la coincidencia con “la guerra comercial” entre Estados Unidos y China, originada el año pasado.
Causa mucha curiosidad que el coronavirus haya tomado gran repercusión en momentos donde China viene despegando y adelantando tecnológica y económicamente a Estados Unidos, en temas como el 5G. De igual manera, también es curiosa la paradoja del dólar caro y precio del barril de petróleo barato. Esta ecuación singular de la economía mundial describe puntos de comparación sobre la conveniencia o favorabilidad de un dólar caro y un barril de petróleo barato.
Sobre la situación del barril de petróleo barato, cabe anotar que las importaciones de petróleo de China en 2019 crecieron un 9,5 % respecto al año previo, marcando un récord por decimoséptimo año consecutivo, debido a que el crecimiento de la demanda de nuevas refinerías construidas el año pasado impulsó las compras del mayor importador mundial de crudo. El año pasado, China importó un récord de 506 millones de toneladas de crudo, según datos de la Administración General de Aduanas. Eso es equivalente a 10,12 millones de barriles por día (bpd), según cálculos de Reuters basados en los datos.
Napoleón Bonaparte pronosticó que el mundo iba a temblar cuando China despertara. El paso del tiempo está revelando aquella profecía, la pujanza económica del país asiático contrasta con los desbarajustes financieros sufridos a menudo por el mundo occidental. El pragmático Deng Xiaoping (1904-1997), máximo dirigente chino durante dos décadas, fue uno de los principales promotores de combinar la planificación estatal y la economía de mercado. A Xiaoping no le importaba el color del gato, con tal de que fuera buen cazador de ratones.
Mientras el coronavirus se propagaba por el mundo, causando pánico y a la vez estrategias de prevención, China salía avante ante el mundo diciéndole que habían superado la emergencia disminuyendo los riesgos de contagio en su numerosa población. El coronavirus ha dejado un shock en la demanda global provocando un gran impacto en los principales indicadores de la economía mundial, acercándola a una nueva recesión con impactos más fuertes a la última en 2008, situación que pondrá a prueba a la milenaria China, que para sostener a su población debe mantener crecimientos sostenidos.
El nuevo orden mundial expone nuevos retos, China y Estados Unidos son los principales protagonistas, en la mesa hay invitados ansiosos por acaparar los espacios de poder desposeídos por malos movimientos, mientras que el mundo que convive con la desigualdad espera desatento y con la desventaja que significa el agotamiento y dependencia de sus recursos naturales.