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Palmeras y cedros

“El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano”: Salmos 92,12.
La palmera es un árbol de la familia de la palmas, grande, recto y alto; simbolizaba la victoria y la paz, alcanza unos veinte metros de altura, su tallo es largo y de grosor constante y está coronado por una copa de grandes palmas siempre verdes, vive de cien a doscientos años.

Este tipo de palmera, llamada datilera, produce un fruto llamado dátil, en grandes racimos que penden a los lados del tronco, debajo de las hojas, de gran riqueza nutritiva y con cuya semilla se alimentaba a los camellos. La promesa bíblica de una tierra donde fluía lecha y miel era precisamente miel de dátil.

El cedro es un árbol grande y frondoso, poderoso, con tronco grueso y derecho, ramas horizontales, largas y bien extendidas, de hojas perennes, alcanza unos cuarenta metros de altura, crecía en el Líbano, daba una madera muy apreciada para la construcción de palacios y templos. El valor del cedro era la calidad de su madera, pese a que su fruto también tiene un uso religioso, se utiliza en la celebración de las fiestas de Sucot.

El pasaje del epígrafe hace un paralelismo entre los justos y estos dos árboles. La principal característica de la palmera es que crece hacia lo alto, en una sola dirección, siempre hacia arriba, buscando el sol, formando una columna, coronada con un hermoso capitel. No se expande ni a la derecha ni a la izquierda, sino que se eleva hacia el cielo con toda su fuerza y lleva su fruto tan cerca del cielo como le es posible. La característica primordial del cedro es su fortaleza, desafía todas las tormentas y crece aun en medio de lugares secos, sus ramas son fuertes y brinda sombra y refugio a los animales de la creación.

Las palmeras y los cedros son árboles del Señor y por su cuidado florecen. Siempre están verdes y son hermosos en todas las estaciones del año. Dondequiera que estén, estos árboles son dignos de admiración; nadie podría contemplar un paisaje donde haya palmeras o cedros sin prestar atención a su talla majestuosa.

Amados amigos lectores, los santos del Señor también somos objeto de sus cuidados e igualmente debemos reflejar la hermosura del Señor. Dicha actualización me lleva a hacer una respetuosa invitación:

Florezcamos como la palmera. Creciendo siempre hacia arriba, con los ojos puestos en Jesús el autor y consumador de nuestra fe, dando fruto que sea agradable y rico en proteínas que sirva de alimento para otros y con una miel que endulce lo amargo de las circunstancias alrededor.

Crezcamos como cedro en el Líbano, plantados en la casa del Señor, desafiando las tormentas y manteniéndonos vigorosos y verdes a pesar de las nieblas externas. Brindando de nuestro interior, la madera para elaborar templos vivientes que exalten y glorifiquen el nombre de nuestro Dios.

Estos dos árboles anuncian que el Señor, es nuestra fortaleza y él es recto y justo. Dos características que debemos cultivar, el crecimiento galopante y recto de la palmera y la fortaleza del cedro para permanecer pujantes y saludables en los atrios del Señor.

Mi oración es contigo, que el Señor mismo nos llene de la savia que calienta nuestros corazones y fortalezca nuestras ramas. Que el Señor continué cuidando nuestras vidas, mientras florecemos y crecemos como palmeras y cedros en la casa de Dios. Un abrazo cariñoso…

Por Valerio Mejía Araujo

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