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Palabras Mayores

BITÁCORA

Por: Oscar Ariza Daza

La tradición milenaria de mantener la palabra, de usar la palabra para unir, para desenredar los nudos de la discordia entre los seres humanos, entre un pueblo y otro pareciera acabarse y los pueblos de occidente se sumergen, cada día más, en una especie de mutismo donde cada uno pareciera tener la razón frente a lo que reclama y plantea, negando el derecho del otro a ser escuchado.

Frente a las ofensas y el dolor, la palabra que debe ser el bálsamo que cure las heridas, la llave que abra las puertas para un diálogo mayor en el que se reconozcan las faltas, esa palabra que desde tiempos antiguos, bien usada, ha fundado y generado amor como posibilidad de vida, hoy pareciera extinguirse, pues los seres humanos hemos olvidado que en el diálogo está la posibilidad de creer y ser mejores. Contrario a buscar el entendimiento, terminamos cediendo ante consejos equívocos que en lugar de ayudarnos a soportar el dolor de la ofensa, aumenta nuestro ego  y el resentimiento termina cediendo ante la sugerencia de tomar partida en señal de revancha sin antes agotar con suficiencia la vía del entendimiento.

Son muchas la personas que desde sus buenos oficios ayudan a la reconciliación y al entendimiento, pero ninguna denominación puede ser más hermosa que la del palabrero o Pütchipü’üi  para describir el oficio de quien hace uso de la palabra para la resolución de conflictos en la nación wayuu.

La figura del palabrero en los indígenas guajiros, es un elemento vital para arreglar los problemas entre familias. Este maestro de la retórica  infunde respeto, transmite seriedad y amor por la vida en la medida que la palabra con fuente de poesía, amor y orden restablece la ofensa. Por eso El Comité Intergubernamental de la Unesco, reunido en Nairobi  decidió proclamar como patrimonio inmaterial de la humanidad  el sistema normativo Wayuu, fundamentado en el oficio de este trascendental personaje que ahora se realza como símbolo de emulación para las sociedades modernas.

Son los wayuu quienes ahora nos recuerdan que la palabra es la fuente de la vida, que la palabra es la esperanza, es la oportunidad de reconstruir lo que con las malas acciones ha sido destruido. La palabra tiene doble filo; ella puede producir muerte o vida, violencia o paz, pero cuando es usada con  responsabilidad y seriedad produce bienestar y avances frente a las crisis; así no los enseñan los indígenas wayuu, quienes confiesan que viven  porque existen los palabreros, quienes ayudan a arreglar sus problemas.

El palabrero es un intermediario, no es mediador, ni árbitro, puesto que los mediadores pueden sugerir soluciones y los árbitros pueden volver sus propuestas obligatorias para las partes en conflicto, como lo hacen los jueces en el sistema normativo occidental o  el hombre de la tierra en el pueblo Nuer en África, mientras que en los Wayuu el Pütchipü’üi apela a la palabra que ha alimentado desde niño en su corazón, para llevar las propuestas de ambos bandos en conflicto, por eso el palabrero es hábil en la retórica que pone a funcionar reinventado el lenguaje, transformando la palabras y dotándolas de ese poder de cambiar, de acercar. La palabra tiene tanto poder que es capaz de solucionar crisis tan profundas generadas por infidelidades, asesinatos, robos, mentiras y otras ofensas. Mientras interviene, el palabrero hace uso de su bastón con el que teje la memoria del discurso que necesita para el planteamiento de sus argumentos.

Mientras el hombre siga siendo su palabra y haya guardianes de ella, la humanidad podrá tener la esperanza de habitar en las potenciales regiones de la tolerancia y el perdón que sólo son posibles si ella actúa como elemento para resarcir el daño, como la posibilidad de recordar nuestra historia para no repetir  errores, como la mejor manera para acercar, para que se cumpla la sentencia bíblica que recuerda que cielo y tierra pasarán más la palabra no pasará, si la utilizamos para fundar la vida, para restaurar corazones, para devolver la fe a los desesperanzados, para amar y derrotar el odio, porque nuestro mismo corazón es el guardián de las palabras, como lo afirman los wayuu, por eso es que de la abundancia del corazón habla la boca.

arizadaza@hotmail.com

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