Por Marlon Domínguez
“El tiempo”
“El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que temen, muy largo para los que sufren, muy corto para los que gozan; pero para quienes aman, el tiempo es eternidad.”
Henry van Dyke
Por. Marlon Javier Domínguez
Nos guste o no la idea, somos seres temporales. Vivimos en el tiempo, morimos con el tiempo y, aunque en nosotros haya una semilla de eternidad, podríamos decir incluso que somos de tiempo. Pero, ¿qué cosa es el tiempo? Muchos lo han imaginado como un río que fluye hacia una determinada dirección, aunque esta imagen no es unívoca: podríamos entender que la historia es una línea descendente, como un devenir hacia abajo, que marcha hacia una inevitable destrucción, hacia un desorden creciente, y que llegará a destruirse y desintegrarse. Podríamos entenderla también como una línea ascendente ininterrumpida, una línea en constante progreso. Esta concepción optimista del mundo y del tiempo es la que dio origen a la connotación positiva del “progreso”, bajo el supuesto de que cuanto más uno avanza, las cosas van mejorando.
Otros tantos afirman que el tiempo es como un círculo, en el que todo lo que fue será y todo lo que es volverá a ser, “nada nuevo hay bajo el sol”. La física nos enseña que el tiempo es la medida del movimiento, la filología nos introduce en el análisis de raíces y términos griegos y latinos, la antropología nos muestra las diversas concepciones que al respecto tienen y han tenido determinados grupos humanos, la filosofía nos enreda un poco y en algunos encontraremos respuestas tan magistralmente evasivas como la de san Agustín: “¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, resulta que lo ignoro”.
El Cristianismo, por su parte, concibe el tiempo como una espiral ascendente, un conjunto de ciclos en los que se repiten festividades y celebraciones, pero que cada vez nos va acercando a la eternidad de Dios. La liturgia de la Iglesia, en efecto, ha dividido el año en momentos, durante los cuales conmemora acontecimientos puntuales e insiste en determinadas verdades de la fe: Adviento, Navidad, Ordinario, Cuaresma y Pascua son los nombres de los “tiempos litúrgicos”. No es el momento de explicar en qué consiste cada uno de ellos, bástenos con acercarnos al concepto del tiempo que hoy iniciamos: El Adviento.
El término Adviento se deriva del latín “adventus”, que significa venida, llegada y en él nos preparamos para celebrar la venida de nuestro Señor. Con el Adviento iniciamos un nuevo año litúrgico y nos adentramos en la contemplación de dos misterios de nuestra fe: La Encarnación (Primera venida del Hijo de Dios) y La Parusía (Segunda venida del Señor). Este tiempo irá hasta la noche del 24 de diciembre, cuando celebremos la Navidad.
Hay que estar atentos para evitar que el consumismo nos absorba y comencemos a considerar el Adviento como una simple época de vacaciones, de parrandas, de descanso académico y laboral. Es un tiempo bello, festivo y alegre, de rencuentro con los amigos y los familiares, tiempo de paz, de reconciliación, tiempo de evaluar nuestras acciones del año que termina y de planear para el futuro, tiempo de natillas y buñuelos, de villancicos y de luces, pero sobre todo, tiempo de Dios, de bajar la cabeza delante de quien lo es todo y contemplar en la humildad del pesebre al Rey del universo que un día vino y que un día ha de venir.