“Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada, pero la lengua de los sabios es medicina”. Proverbios 12,18
Advierto con preocupación el uso constante de palabras de desprecio, rechazo y humillación, lo cual produce un sentimiento de desánimo y frustración en quienes las reciben.
El ánimo es una parte esencial de lo que somos como personas y de lo que debemos brindar a otros con generosidad. Dios nos ha llamado a permanecer unidos y a darnos ánimo mutuamente en la fe. Todos necesitamos personas que crean en nosotros, hasta que podamos adquirir la madurez suficiente para creer en nosotros mismos. Necesitamos mirar más allá de los fracasos y magnificar las posibilidades de las personas a nuestro alrededor, negándonos a desecharlos hasta que aprendan a creer en sí mismos.
El entorno nos ha hecho pensar muy pobremente de nosotros mismos. Es menester un cambio en el lenguaje que pueda asegurar que estamos llevando a otros el poder de la aceptación y el apoyo. Cada persona necesita saber que se le valora y que tiene, a los ojos de Dios y de otros, una tasación inestimable.
Caros amigos: ¡Cambiemos nuestro lenguaje! De un lenguaje de negativismo, juicio, crítica y condenación a uno de posibilidades, logros y resultados. Es posible, podemos hacerlo, de lo contrario, corremos el riesgo de quedar paralizados en la amargura y el resentimiento viviendo por debajo del potencial que Dios nos ha dado, buscando desesperadamente aceptación social. ¡Seamos generosos en brindar palabras de amor y de ánimo!
Cuando alguien se quebranta por la crítica y el abuso, su energía emocional se agota, pero cuando recibe palabras de apoyo es medicina a todo su ser. Las palabras de ánimo alimentadas por la Palabra de Dios trasmiten vida; son como agua fresca al alma sedienta.
Incluso el acto más pequeño de bondad puede traer esperanza a un corazón adolorido. Una simple palmadita en el hombro, una felicitación o palabras como: ¡fue maravilloso! ¡Qué bien lo hiciste! ¡Cuenta conmigo! Pueden producir una tranquila seguridad en el corazón de alguien.
Hoy los animo a que ayudemos a otros a ver que un error no produce una mancha definitiva en su carácter. Un fracaso no nos hace fracasados. Veamos más allá de los errores y ayudemos a que las personas puedan ver que los fracasos, equivocaciones, yerros y pecados son oportunidades para aprender y recomponer el rumbo de la vida.
Tratemos las pifias con compasión y confrontemos con amor.
Todo el mundo falla, solo que lo hacemos de manera diferente; por lo que todo el mundo necesita ánimo. Y si por ventura, no tenemos a nadie que nos ayude a levantar el ánimo, entonces, volvámonos a Dios y su Palabra para obtener consuelo, fuerza y renovación diaria.
Mi oración es que Dios nos dé un corazón generoso para las personas. ¡Con ánimo podemos vivir la vida con propósito que Dios desea que vivamos!
Un abrazo en Cristo…
Por Valerio Mejía