Por Luis Augusto González Pimienta
Visto el reciente informe sobre el alto número de embarazos de adolescentes, recordé un caso pasado hace algunos años en Inglaterra. Un chico de 13 años se convirtió en uno de los padres más jóvenes del mundo cuando su novia de 15 dio a luz a una bebé.
La noticia fue acompañada de una foto en la que el padre mostraba una cara de ingenuidad y curiosidad, más que de afecto. El embarazo fue encubierto hasta cuando la madre de la joven gestante lo detectó. Para entonces habían transcurrido cuatro meses y medio de preñez.
La precocidad de estos padres revivió la discusión causal. Reiteradamente se reprocha el contenido de los programas televisivos y la facilidad de acceso a internet, como medios de difusión del sexo indiscriminado y sin amor. Es lo que hay, se dirá. Se olvida que en otros tiempos se sellaban uniones matrimoniales entre infantes y que en diferentes culturas se mantiene esa costumbre sin importar la voluntad de los contrayentes y hasta en contra de ella.
Algunos comentaristas insinuaron en ese tiempo que se trataba de una perversión de una sociedad ávida de nuevas sensaciones, y otros más señalaron el lugar de origen de los padres como la causa de su pilatuna. Esto último no es sostenible responsablemente: ninguna comunidad es mejor ni peor que otra. El etiquetamiento, la estigmatización de grupos, etnias o generaciones es una fácil manera de endosar el problema, de quitarse de encima el peso de la propia culpa. En realidad, se trata de casos individuales que no marcan una tendencia
Pero la historia no terminó en ese punto. Ocurrió que dos menores más, uno de 16 años y otro de 14 años, reclamaron la paternidad de la recién nacida y exigieron una prueba de ADN para determinar quién era el padre. Aquí sí se enredó la madeja, porque puso al descubierto la promiscuidad de la joven madre.
Los tres presuntos progenitores entraron en una disputa científico-judicial para dirimir cuál de ellos se quedaba con la responsabilidad de ser padre y con la obligación de sostener a la criatura. Las características heredo biológicas contribuyeron a decidirlo y fueron los jueces los encargados de emitir el veredicto correspondiente.
Esta historia, que puede tener un sinfín de moralejas, deja al descubierto que en todas partes se cuecen habas y que en presencia de una situación similar corresponde a cada familia tomar las decisiones que considere convenientes y pertinentes, sin eludir la responsabilidad echándole la culpa a los demás, o al Estado, receptor universal de diatribas.