Hay algunas escuelas de este perfil en el mundo. En Colombia está el Inalde Business School, de la Universidad de La Sabana, de Bogotá. En España, en la ciudad de Barcelona, el IESE, Instituto de Estudios Superiores de la Empresa, de la Universidad de Navarra, en la ciudad de Pamplona, que acaba de cumplir 60 años. El pensum de estas escuelas de negocios está dirigido a formar directivos empresariales.
El periódico El Mundo de Madrid publicó un comentario sobre el IESE, antes aludido, el cual me propongo resumir aquí.
La visión de empresa que tiene el IESE se basa en la dignidad de la persona, propia del cristianismo, no obstante, va más allá de creencias religiosas.
A cargo del Gran Canciller de la Universidad de Navarra, Fernando Ocáriz, que a la vez es el Prelado del Opus Dei, al que pertenece la Universidad de Navarra, al inaugurar las jornadas conmemorativas, expresó: la empresa es una comunidad de personas que sirve a otras personas dentro de una sociedad de personas; sólo después de considerar esto tienen cabida los capitales, las instalaciones, la tecnología y las realidades jurídicas.
Y añadió: la función de la empresa en la sociedad hay que buscarla en el servicio a la persona, que es a la vez el destinatario, el promotor, el creador y el realizador de todo lo que llevan a cabo nuestras organizaciones. Porque, al mismo tiempo que la persona domina la naturaleza, fabrica cosas y genera riquezas, se hace a sí misma: se realiza y se desarrolla…
Más claro no es posible resumir la Doctrina Social de la Iglesia, absolutamente actualizada. Sin duda, esta visión supera las que al respecto podemos denominar, desde el punto de vista político: derecha e izquierda. Y desde luego, la del llamado: capitalismo salvaje.
En la precedente esclarecida definición, encontramos todos los componentes de la función social de las empresas: las personas, el propósito u objetivo que las mueve, la dirección del proyecto y la inserción en el amplio ámbito de la sociedad en la que participan, a la que sirven, de cuyos recursos se nutren y a cuya prosperidad contribuyen.
Dicha visión también supera lo que dice el contrato de trabajo o el convenio colectivo. El trabajo de las personas en la empresa es un continuo trasvase de prestaciones. Se recibe mucho, no sólo en salario, una felicitación por el desempeño o unas posibilidades de promoción, sino también conocimientos, capacidades, relaciones, amistades… y, al mismo tiempo, se le da mucho: tiempo en esfuerzo, atención, ilusión, conocimiento, experiencias. La empresa es, sin duda, una gran transformadora de personas…, para bien, o para mal.
Esto último: para bien, o para mal; al respecto, quiero llamarme la atención y llamar la atención de las personas que tienen bajo su dirección las labores de otras personas; pues en mucho depende de su acertada o equivocada guía, el éxito o el fracaso de la empresa y el bienestar o no de sus empleados y respectivas familias, y no sólo en el aspecto material, sino sobre todo, en la consideración del desarrollo espiritual y cultural, pues si bien es cierto el trabajo es una ocasión de subsistencia y prosperidad para quien lo realiza y su grupo familiar, y de servicio a los demás, es al mismo tiempo una ocasión de convivencia con otras personas. Es decir, primero es la persona y después, la economía. Aunque esto pudiera parecer romántico, es la más sentida realidad del ser humano.