Desde mi cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro
Si mandando al exilio a todos los colombianos que caen en la desgracia de ser pillados delinquiendo, el territorio llegara al equilibrio emocional y material, pues oraríamos para que nos sigan enviando a esos ángeles con aureolas entre verde azuladas, que en naves estrambóticas llegan, cargan con el malvado o la malvada, y se lo llevan a padecer en sus infiernos asépticos, libres de gérmenes, de visitas conyugales y de áulicos.
Haciendo memoria, casi todos los poderosos de hace dos décadas están presos aquí o allá, o han fallecido por las buenas o por las malas; de lo que deduzco que todos somos débiles y mortales, sin importar el dinero o la influencia de que hagamos gala.
El destierro es el más terrible castigo que se le pueda aplicar a un ser viviente, y desde el génesis el Creador lo programó así; tampoco es que sea algo concebido por Uribe, así que Juan Manuel tendrá que dejar la idea de incluirlo dentro del manual para acceder al reino de todos los Santos.
Ahora, no entiendo por qué tienen que exportar nuestros mejores cerebros, si aquí podemos utilizarlos mejor, previa fase de readaptación, por supuesto; desde los ministerios y embajadas prestarían servicios de utilidad práctica para el país, casi podría asegurar que los ingleses sí lo harían, porque históricamente han traficado con todo, a pesar de que ostentan el título de ser la nación más esclava de sus prejuicios religiosos o políticos, de sus instituciones, como la monarquía.
Las anomalías contra las cuales debe precaverse toda sociedad, se pueden reducir a tres: las físicas, individuales y sociales. En las físicas, pues impera la naturaleza: terremotos, inundaciones, sequías, etcétera; en las individuales, las deficiencias mentales, los vicios, las degeneraciones; de la anomalía anterior, nacen las desigualdades sociales que son de dos clases: constantes y periódicas; las constantes son las que se producen sin interrupción a consecuencia de la naturaleza humana: los fenómenos de pauperismo, degeneración, criminalidad, alcoholismo, de juego, prostitución, entre otras. Y, las anomalías periódicas, es decir, que son intermitentes como las guerras, las crisis económicas y de empleo, las revoluciones.
Todos nuestros problemas sociales son constantes, al menos los que la historia escrita en español nos ha mostrado, desde la conquista hasta hoy. Por lo tanto, la guerra, la crisis económica y las revoluciones están aquí, ahora y tal vez por siempre.
La acción de la autoridad engendra, necesariamente, el descontento; y las faltas en el ejercicio de esa autoridad lo agravan, y esas faltas son, en esencia, las malas selecciones de los delegatarios, que en la administración recién estrenada – al parecer- todos son altamente calificados nadie lo puede dudar, por ello podemos aprestarnos a esperar resultados de los buenos, pues de los anteriores se ocupará la Corte Penal Internacional.
Las luchas de los partidos favorecen las divisiones populares; pero en el caso de Colombia hoy, en la que ya casi nadie quiere pertenecer a alguno, ¿qué es lo que nos divide?.
Más de lo mismo, como dijo el que haya sido, los males siguen siendo: tenencia de la tierra, falta de trabajo, salarios injustos, la tiranización de la mujer bajo jornadas laborales aberrantes, y con una remuneración –cuando la hay- inferior a la del hombre.
La vida económica en el medioevo tenía su centro en el hombre, toda su organización partía de ese factor inicial, la economía estaba subordinada a la moral; las necesidades de la familia regulaban el valor de las mercancías y el valor del trabajo – no tenían los recursos tecnológicos de la actualidad, pero su esencia era digna -.
Pero…existía el señor feudal en sus campos y en su fortaleza…ahora existe el señor industrial que vive en un edificio inteligente, a prueba de muchedumbre, porque la población rural se urbanizó y el tugurio sustituyó a las parcelas.
Oremos para que el presidente Juan Manuel Santos pueda conducir nuestros destinos hacia la prosperidad, la paz y la salud física y mental, especialmente.
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