“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”. Santiago 1,22
Nuestra libertad y felicidad puede verse ensombrecida por causa de nuestra manera de relacionarnos con Dios y su palabra. Es la intención de Dios que podamos ser guiados, aconsejados y dirigidos por ella. Es como un faro que nos alumbra en un lugar oscuro. Es la guía infalible para vivir una vida de alegría y de victoria constante a pesar de los escollos y dificultades del camino. “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino”.
Sin embargo, advierto con cierta preocupación, nuestro desapego e independencia de esa guía infalible para vivir: Su palabra, la veracidad que Dios quiere que sigamos. Comentaré algunos obstáculos o falsos acercamientos que afectan nuestra comprensión y aplicación de esa verdad a nuestras vidas.
El primer comentario va dirigido al hecho de que tendemos a convertir la doctrina en un fin en sí mismo. Consideramos erróneamente que la madurez cristiana no consiste en nuestra manera de ser y de reaccionar ante la vida, sino de aprender los principios de la Biblia. Pretendemos desligar nuestras conductas de nuestras creencias. Es una falacia pensar que pueden coexistir, aunque estén totalmente divorciados, los principios y las conductas. Aquello que aceptamos como verdad debe afectar y condicionar nuestro mundo interior y verse reflejado en el mundo exterior.
También creemos que, podemos aprender mucho sobre Dios en las escrituras sin llegar a conocerlo en lo absoluto. El objeto de nuestra fe es Dios, su palabra nos conduce a él. Ella nos debe acercar más a él. Podemos conocer detalles de su palabra sin que esta afecte nuestra devoción por su presencia. No tiene sentido conocer sus preceptos, pero desconocer a su autor. Todo lo escrito acerca de Dios, debe llevarnos a conocerlo mejor para amarlo más.
También fallamos cuando le damos más ponderación al memorizar versículos bíblicos en lugar de desarrollar un pensamiento bíblico integral. La renovación de nuestro entendimiento se produce por la asimilación de los principios eternos de su palabra como un todo y no por partes elegidas y específicas de ella, muchas veces sacadas de su contexto original.
Más grave aún, cuando nos acostumbramos a oír la palabra sin hacerla, haciéndonos oidores olvidadizos. Disfrutamos escuchando una buena disertación bíblica; pero, obstruimos la voluntad de Dios cuando pretendemos educar sin compromiso. Cuando enseñamos, más allá de la obediencia. “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis”. Seremos bienaventurados en lo que hacemos, cuando seamos hacedores de la obra.
Y finalmente, tendemos a descuidar el mandamiento de Dios aferrándonos a las tradiciones humanas. Frente a situaciones controversiales, no sabemos qué decidir. Ponemos las costumbres y la cultura por encima de los preceptos de su palabra. Ninguna teoría humana lo explica todo y todas los acercamientos culturales y sociales están en continuo movimiento. Lo único que permanece para siempre es Dios y su palabra.
Queridos amigos: Seamos lectores-hacedores para que seamos felices en todo lo que hacemos. Bendiciones por montones…
Por Valerio Mejía