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Odiar al delito, más no al delincuente

Odiar el delito, más no al delincuente, encierra una profunda reflexión psicológica, como etiología de la conducta del que delinque, premisa que se le atribuye al ideólogo vallenato Miguel Francisco Pimienta Cotes.

Trasciende en los tiempos y en las generaciones aquel refrán popular: “La necesidad tiene cara de hereje”, que es sinónimo de delito, y la necesidad no tiene ley, escenario en el que se estudian factores de comportamiento humano, porque siempre han existido razones para justificar el mal: “El que roba manifiesta su necesidad y el que mata alega su defensa”.

Si no se dan las condiciones de  oportunidades para que la gente desarrolle su capacidad de trabajo, se le abona terreno al ocio; y sabido es que la mente desocupada viene a convertirse en la oficina de satanás, responsabilidad que constitucionalmente recae en el mismo Estado.

Es el delito lo que se anquilosa en estructuras de gobiernos que obran sin transparencia, que no desarrollan la apertura de la meritocracia, que se cierran  a la inversión extranjera, y de contera no planifican ni le ponen el acento ni el énfasis que debe tener un sector tan sensible como es la educación, menos la ciencia y la investigación.

“Los países no hacen ciencia porque sean ricos, son ricos porque hacen ciencia”, pero el desestímulo para desarrollar el potencial intelectual no puede ser mayor, si traemos a colación el caso de la Chocoana, Bonnie Prado, quien controla desde California los satélites que orbitan más cerca de la tierra para evitar colisiones y garantizar la seguridad espacial. Sin embargo, el premio al mérito que obtiene es una impagable cuenta de cobro por parte de Colfuturo, para cubrir un crédito que le permitió financiar su doctorado en Astrodinámica y aplicaciones espaciales, situación que la deprimió cuando estuvo a punto de culminar sus estudios de postgrado en Estados Unidos. 

Son razones para odiar el delito, porque no encuentra uno salidas inteligentes con qué sortear el estado de cosas que nos agobia y nos causa sinsabores, desde el ultraje a la separación de poderes (artículo 19 de la Constitución), hasta paraísos fiscales para evadir impuestos y lavar dólares.

La idea no es justificar al delincuente, pero tampoco buscar el ahogado aguas arriba, porque escrito está: “Los pobres no son pobres por tontos o por vagos; son pobres por una sociedad injusta, excluyente, que nunca repartió oportunidades equitativamente”.

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Miguel Aroca Yepez: