El caso de Odebrecht ha servido para mostrar por primera vez en la historia de este país, y sin tapujos, el funcionamiento del sistema para hacerse al poder político, burocrático y al presupuesto público.
Eso no es nuevo. En los cafés y en los corredores se habla a sotto voce de cómo se financian las campañas y quienes están detrás de ellas; las cuales y por desgracia se convirtieron a fin de cuentas en un negocio muy lucrativo, de apuestas. Parecido a los hipódromos y sus carreras de caballos, pero en éste caso son los financiadores de candidatos los que arriesgan (y más de uno le juega a los dos corceles con más opciones) para luego cobrar si es vencedor.
Lo que si es nuevo, es que ahora se está gritando a todo pulmón por las redes, en reuniones sociales y familiares y con los altos parlantes de los medios masivos de comunicación. Ya no es un secreto a voces. Ahora es una indignación que se grita. Existe un hecho protuberante.
Así pues, con Odebrecht se está develando, con cuenta gotas, un sistema oculto, ilegal, irregular pero real, por lo menos en nuestro país, para acceder al poder político. Y que, además, sigue mostrando que la corrupción no sólo está en las regiones y en la periferia sino que ha permeado, y de que manera, al nivel central. A Bogotá.
Y claro, el mismo modus operandi funciona, en su mayoría, en todos los niveles electorales porque el sistema pasó de ser clientelista a empresarial en donde el almendrón del asunto ya no reside en la burocracia, sino en el dinero y la corrupción. En aumentar el capital económico de los aportantes a las campañas políticas con trampas, coimas y sobornos y por supuesto, con el presupuesto público o con decisiones administrativas.
También, Odebrecht ha confirmado aquella máxima que trae a cuento Stiglitz como primera ley de la economía: No existe nada gratis. O en otras palabras, No hay almuerzo gratis. Todo, a la larga, se cobra de una u otra manera.
Y así como a los gobiernos no se pueden derrocar desde adentro con la corrupción pasa igual. Se combaten desde afuera.
Por eso, el caso Odebrecht, que está fuera de control y vino desde afuera, puede servir para ello. Puede ser un punto de inflexión y un catalizador que acelere cambios.
A su vez, ese ovillo todavía tiene mucho hilo. La razón es una: Está fuera de madre porque es un caso internacional, con varias válvulas de escape (léase delaciones, filtraciones, pruebas que se den en los procesos judiciales de Estados Unidos o Brasil o Perú, o Panamá, o… por donde menos se espera salta la liebre y eso complica el tapen tapen), pero sobre todo con el Departamento de Justicia de USA detrás y ahí, por este filón, podría afirmarse que es una caso parecido al de la FIFA, donde le resulta mejor a los implicados delatar y colaborar con la justicia que esperar a que la Fiscalía vaya por ellos.
Todo esto es un llamado a revisar el sistema, pero también afirma, de manera concluyente, que los derechos de la gente y el acceso al poder político está siendo condicionado por el poder económico; no por la moral, ni las ideas ni la preparación académica o intelectual ni la ética. El dinero es una especie de filtro, de peaje. Y en algunos casos, principalmente en aquellas pequeñas poblaciones los financiadores de las campañas llegan al poder para secuestrarlo.
Y de esta forma y para mal, se construye una sociedad mayormente desigual, con ciudadanos de distintas categorías y con factores de exclusión que en otros momentos de la historia fue la religión, el sexo, la ideología, la raza o la propiedad y ahora es, de nuevo, la plata. Así pues, en vez de propiciar factores de inclusión se favorece lo contrario hasta enquistarlo.
También podría decirse que Odebrecht se une a los fenómenos recientes como los del Brexit, El NO en el plesbicito y a Trump en el sentido de que puede catapultar elecciones y en este caso, candidaturas presidenciales que recojan el sentimiento del hombre de a pie, que descubran los hilos conductores, las insatisfacciones y las indignaciones ciudadanas y que las encausen políticamente y porqué no, que suelte amarras de los candidatos arcaicos, de esos provenientes del corazón del establecimiento político.
Eso si, habrá que desafiar aquella sentencia de Isaiah Berlin que reza: “Frecuentemente una minoría dura triunfa sobre una mayoría blanda”.
Pero los tiempos son otros: Aquí la mayoría se puede endurecer porque (al igual que el Brexit, el No y Trump) ni los medios, ni los partidos políticos ni los columnistas interpretaron el clamor ciudadano, pero por sobre todo porque hoy día opinión pública no es igual a opinión publicada. Ello cambió con Twitter, Facebook, Instagram, snapchat, etc. que tienen un ritmo y una actividad endemoniada y si se le suma el zapping que se hace en las redes, es necesario concluir que la opinión pública se volvió más volátil, compleja e impredecible y que se informa de múltiples fuentes y que por lo mismo ya no traga entero.
Otro riesgo es que como tantos y tantos están involucrados con Odebrecht, unos y otros enfríen, en un acuerdo expreso o tácito, el tema. Pase a un segundo plano y sea superpuesto por otro escándalo. Es el tapen tapen. También puede ocurrir que ninguno asuma responsabilidad política.
Ello puede suceder, pero no será fácil, porque unos de las lecciones del Brexit, el No y Trump es que aclaró que el poder no está en los medios de comunicación ni en las encuestadoras, sino en las redes. Así pues, si éstas se siguen moviendo la cuerda, durará hasta las elecciones del 2018 y si existen líderes que se la den y la hagan bandera propia, ello acrecentará su simpatía y sus electores.
Y si a eso se le suma la calle, las movilizaciones, los plantones, las firmas, la comunicación viral, es decir, aquella que pasa de red en red, de App a App, la sintonía con el sentimiento ciudadano se hará evidente y sostenible.
Reitero, Odebrecht, por estar fuera de control puede impulsar candidaturas presidenciales fuera del sistema –outside- o por lo menos que no provengan de lo rancio del establecimiento político.
Y ello ya tuvo, antes del escándalo de Odebrecht, expresión electoral en Colombia. Si se analizan las recientes elecciones de alcaldes de las grandes urbes, las del 2015, donde predomina el voto urbano y de opinión, ello ya ocurrió. Sucedió en ciudades como Bucaramanga, Cali e inclusive Medellín, que eligió gobernantes que no proceden de la tradición política, ni partidaria ni de los aposentos de los políticos.
Por supuesto, la cuerda se tensará. El establecimiento político tradicional y el sistema, propenderán por lo suyo y jugarán a su manera para sobrevivir, y lo nuevo hará lo propio y ello puede terminar en un empate negativo, en que en algunas partes de la geografía nacional exista el poder capturado por los financiadores y en otros se respire aires de lo nuevo, pero con el tiempo se irá decantando cuál predominará. Lo importante es que ya puede existir una tendencia en este país.
Lo que no se puede es caer en el juego de la polarización política en extremo sumo, porque ello elimina los espacios intermedios, esos propios para el razonamiento y, entonces, todo se vuelve pasión y por ende, ceguera y así las cosas comienzan a ser blancas o negras y simples, cuando es bien sabido que casi todo en esta vida es gris y complejo.
Y aunque parezca paradójico, Odebrecht puede ser un punto de quiebre para volver a creer en las instituciones o descreer de todas ellas y si ocurre lo último sobrevendrá entonces a la nación un sentimiento de desolación del cual hay que tener mucho cuidado, porque es ahí cuando se corre el riesgo de dar saltos al vacío.
Y, claro, para volver a creer no se necesitan más normas ni mas leyes sino voluntad política y decisiones del aparato de justicia para a partir de ahí modelar comportamientos éticos y jurídicos.
Por lo pronto, a la corrupción, medidas de corto y largo plazo.
De corto: Con el ejemplo y el castigo
De largo: Introduciéndole ética a la política.
Por Enrique Herrera Araújo
@enriqueha