“…no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”.
2 Pedro1,8
Son tan sencillos los términos que la Palabra de Dios utiliza que, incluso tropezamos con su sencillez. Esas palabras campechanas nos ayudan a entender verdades profundas y eternas de Dios. En el epígrafe de hoy, Pedro usa dos términos que nos sirven para comprender lo que debemos evitar si es que estamos interesados en crecer en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.
El ocio se entiende como la cesación del trabajo, la inacción o total omisión de la actividad; mientras que el sin fruto, se refiere a ineficacia o inutilidad para alcanzar algún fin. Pero, el ocio no se refiere solamente a la falta de actividad, sino también a la ausencia de responsabilidad en la labor. Una persona ociosa puede estar ocupada en muchas cosas, pero ninguna productiva ni provechosa. Tristemente, esta puede ser la condición de muchos de nosotros. Ocupados todo el tiempo, llenos de actividades y reuniones que no nos acercan a las metas que nos hemos trazado. La trasformación y el cambio se produce por medio de acciones conscientes que nos vayan llevando peldaño a peldaño hasta alcanzar la cumbre.
También se debe cuidar de no caer en la infructuosidad, improductividad o esterilidad. Sin fruto, se refiere a la inhabilidad de engendrar vida nueva; lo cual, también es anormal puesto que, como somos nos reproducimos y hemos sido llamados a multiplicarnos, cualquiera que sea nuestra vocación.
Hemos sido llamados a vaciarnos en otros, a invertir en la vida de los demás. La intención primigenia de Dios fue bendecir para que pudiéramos bendecir a otros. Cuando actuamos de manera egoísta o desarrollamos una cosmovisión centrada en nosotros mismos, causamos problemas, saboteamos el propósito de Dios y torpedeamos el gentil desarrollo del universo.
De cara a la vida misma, debemos escoger: Nos esforzamos por cumplir con nuestro destino avanzando con paso firme hacia las metas o dejamos que nos arrastre la corriente de la inercia. El ocio y la infructuosidad siempre serán un gran peligro en nuestro quehacer, solamente podremos escapar de ellos, si nos mantenemos en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo y el designio de nuestra vocación de servicio a otros.
Dios es un dador de vida. Una parte esencial de la vida es el cambio, lo que no es susceptible de cambio es porque está muerto. Cambiemos el ocio por el compromiso inteligente y la esterilidad por frutos abundantes de justicia. Permitamos que ese cambio nos ayude a crecer en el conocimiento que edifica la fe. Cambiemos para mejorar y esforcémonos por el trabajo eficiente que alcanza metas, dando fruto en todo aquello que emprendamos; pero, sobre todo, en entender y conocer a aquel a quien aman nuestras almas.
¡Fuerte y esforzado abrazo!