Acabo de regresar al país luego de casi 3 semanas de vacaciones idílicas en el gigante del sur. En medio de las tribulaciones que la actual situación del país me suscita, viendo que se acerca el cambio de gobierno y reacio a despedirme del Presidente Duque, he decidido escribir acerca de mis recientes días de asueto verde amarelo.
Esta vez mi viaje a Brasil me permitiría conocer destinos diferentes a Porto Alegre y Lajeado, ciudades del estado Río Grande Do Sul, que me trataron muy bien hace algunos años. Ahora Sao Paulo, Campinas y Río de Janeiro me esperaban. Viajaríamos con la familia, por las magníficas carreteras que ese país ofrece.
Aterrizamos en Sao Paulo luego de un vuelo de cerca de 6 horas y nos dirigimos a Campinas, distante 99 kms. Al día siguiente la tomamos suave y siguiendo los deseos de la mayoría -somos compradores compulsivos- visitamos un centro comercial, Dom Pedro, el más grande del mundo si el criterio es la superficie. Terminamos yendo como unas 4 veces y no recorrimos más de la tercera parte de la edificación.
Al día siguiente nuestras anfitrionas, mi hermana y mi cuñada, nos ofrecieron un asado brasilero espectacular. Todas las viviendas tienen un asador profesional para preparar picaña, un corte de res que se deshace en la boca; acompañado de queso fundido a la brasa, otro corte de res, pan con ajo dorado en el mismo asador y una ensalada fresca deliciosa. Para tomar, cerveza artesanal local y yo mi Guaraná helada, gaseosa típica que me encanta.
Caminamos por Campinas, segura, limpia, una ciudad con altos índices de ingreso, que genera admiración y envidia de la buena.
Pasados unos días tomamos carretera para Sao Paulo, donde estaríamos unos días. La ciudad más poblada del Brasil y de Suramérica, motor económico de la región, con una población de 22 millones, un monstruo. Caminamos por el barrio japonés, almorzamos en su mercado, ciudad enorme, en la que se ve pobreza y mucho habitante de calle que duerme en carpas proporcionadas por ONG´s.
Y llegó el momento de visitar Río de Janeiro. Una semana allí, llena de bendiciones e inclusive la ocurrencia de un milagro. Nos hospedamos en un apartamento a una cuadra de la famosa Copacabana y a 3 cuadras de la increíble Ipanema. Qué playas, qué paisajes. Nos encantó esta ciudad, rodeada de mar pero también de montañas, de cerros, de riscos.
Desde las playas podíamos admirar el Cristo Redentor, ubicado sobre el cerro del Corcovado; también el Pan de Azúcar, unido por teleférico al Morro de Urca. Y 2 cerros llamados “los 2 hermanos”. Eso hay que verlo, en vivo y en directo.
En los siguientes días visitamos todos estos lugares maravillosos y disfrutamos de 3 días destinados a la playa. Hicimos un tour a Búzios, balneario ubicado a 2 horas y media de Río, el edén hecho realidad. Brigitte Bardot hizo famoso este lugar al ser el único cercano a Río en donde la francesa podía descansar sin que los paparazzi la enloquecieran.
Un paraíso sólo comparable con Malta, país en el que pasé unas vacaciones maravillosas de 8 días por allá en mayo del 2010. Les recomiendo visitar Río de Janeiro, ciudad de contrastes donde mucha gente de escasos recursos duerme en los escalones de los locales comerciales que cierran de noche pero también donde la riqueza se hace evidente en cada esquina donde se ven carros de lujo y apartamentos de playa suntuosos. Y aquí se dio el milagro: estuvimos con una gran amiga mexicana que hacía años queríamos visitar; su esposo, un oncólogo muy estudioso, tenía un seminario en Río. Compartimos 2 días maravillosos, si lo hubiéramos organizado así no nos sale tan perfecto.
Antes de regresar a Campinas visitamos a Nuestra Señora de Aparecida, Patrona del Brasil. Un sueño jamás imaginado, una basílica sólo comparable con la de San Pedro en Roma. Una virgen pequeña, maravillosa, milagrosa, toda una bendición poderla conocer.
¡Ojalá las superpoderosas ganen la Copa América!
Celebramos el primer año de esta columna, gracias a todos por su apoyo y cariño.