El médico Armando José Mestre Arévalo, un hijo distinguido de Mariangola. Su padre Amado Mestre Reyna, hombre respetable y dedicado a las faenas de ganadería, era nativo de Pueblo Bello y descendiente por línea paterna de los Mestre Villazón, en mestizaje con los indígenas arhuacos. Su madre, Margot Arévalo Ramos, de Chiriguaná con ascendencia santandereana, mujer de fe en las bienaventuranzas del Señor, hacendosa en el hogar y diligente con los clientes de su almacén.
A Armando José, lo recuerdo niño con su rostro de repetida inocencia, lo vi caminar por el verdor de las sabanas de su querida tierra, Mariangola. Caminaba como si portara una luz para mirar la lejanía azul de las montañas donde resalta imponente el ‘Cerro de la Ve’, o tal vez iba descifrando los pasos que desde su casa lo guiaban a ‘El Sisi’, bella palabra que escogió su padre del lenguaje arhuaco para bautizar su hacienda.
A Armando José, también desde la niñez, un esplendor iluminaba en sus sueños la ruta de ser médico. Y su adorada madre, visionaria y protectora, apoyó los sueños de su hijo para hacerlos realidad. En la escuela ‘Juana de Atuesta’ cursa el ciclo de primaria; en el Instituto Pedagógico Moderno de Valledupar se hace bachiller, y luego viaja a México donde realiza los estudios de médico cirujano.
En Valledupar ejerce con idoneidad humanística su profesión. Y como hombre caribe, amante de la fiesta y los placeres de la vida, celebra: los ritos de la amistad, el solemne fervor de la familia y el sonoro encanto de la música y la poesía. Sus profesores y compañeros de estudios recuerdan cuando en los actos culturales participaba en concursos de declamación.
En la edad adulta, la emoción de una parranda lo incitaba a tararear algunos versos. Y al hablar de canciones vallenatas, complacido comentaba cómo en una mañana de parranda, el compositor Luciano Gullo Fragozo fue a comprar una botella de ron en la tienda de su padre, y éste le dijo: -Pariente, no le voy a vender una, le voy a regalar dos para que le haga una canción a este pueblo que nadie le ha cantado-. Este detalle motivó a Luciano a componer el merengue ‘El puente de Mariangola’.
Hoy, el cuerpo de Armando José duerme silencioso y la amorosa tierra vallenata lo acoge en sus entrañas. Su tiempo vital se ha ido por la estación umbría y la nostalgia nos asume en cadena de lamentos; pero la muerte nos enseña a descubrir otras dimensiones del amor: nos muestra la debilidad de la naturaleza humana. Vemos entonces la necesidad de estar cerca de Dios y de ser más generosos con la vida.
También nos revela que el cielo es nuestra morada eterna, la casa celestial donde descansa el espíritu inmortal; porque de la tierra somos efímeros pasajeros y en nosotros se cumple la profecía bíblica: polvo eres y en polvo te convertirás.
La gratitud a Dios por la vida y el poder de la oración fortalecen el alma, para hacer menos triste el dolor de la fúnebre partida, y nos invita a honrar los recuerdos y las virtudes de Armando José Mestre Arévalo, en sus 50 años de existencia terrenal.