Luisa Graciela Muegues Herrera fue una mujer que se consagró a la generosa condición de ser madre y fomentar el respeto por la vida, la honestidad y el trabajo. Una mujer fiel a la etimología de su nombre: Luisa, derivado de la palabra luz, que denota esplendor, fortaleza y perseverancia. Graciela proviene de Gracia, que significa ‘aquella que tiene belleza’ y agradecimiento por Dios y por la vida.
Luisa Graciela fue una mujer doblemente bella: de belleza espiritual y belleza corporal. El paisaje de su hermosa tierra, Urumita, es un edén de flores y calagualas: una eterna primavera en los jardines de su alma. Eso lo reflejaba en su elegancia corporal y en sus ojos vestidos de sonrisas, también en su armonía estética para el baile y en su destreza para los quehaceres del hogar. La belleza espiritual, un donaire de bondades e inagotables virtudes.
Luisa Graciela, nace en Urumita el 25 de marzo de 1940. Sus padres, Venancio Muegues y Ana Agustina Herrera. Fue católica, fervorosa de la Virgen de Chichinquirá, patrona de su pueblo. Y cuando la magia de la música de banda sonaba en la plaza, en las fiestas patronales, era perfume de viento en el vaivén de su cuerpo.
Desde muy joven vive en Urumita, en el distinguido hogar de Alfonso López Araujo y Lucila Morón, allí fue la tierna nodriza de sus hijos. Cuando la familia López Araujo decide vivir en Valledupar, ella viene con ellos y trae a su pequeña hija, Patricia, a quien concibió en un efímero romance con Teobaldo “El Biato” Zuleta.
A Valledupar, Luisa llega ilusionada, pensando en la educación de su hija. Y aquí, en efecto, termina los estudios de primaria y bachillerato básico comercial en ‘El Liceo Valledupar’. A los 18 años inicia su vida laboral en el Palacio Judicial; un tiempo después, forma hogar con José Santander Herrera, y tienen tres hijas: Olga Paty, periodista; Luisa Fernanda, abogada; Manuela María, estudiante de diseño y modelo.
Luisa Graciela era esa madre abnegada que no conocía el cansancio; con las fuerzas del corazón siguió criando a sus nietas y bisnietas. Es cierto, la belleza física se marchita con el tiempo, mientras que la belleza espiritual siempre crece y florece, porque con la candorosa mecedora de los años aumenta la ternura, la prudencia y la sabiduría para amar a Dios, para comprender mejor la vida y enfrentar con optimismo las dificultades.
El pasado 23 de enero, en Valledupar, familiares y amistades acompañamos su despedida terrenal, y una banda con los arpegios del Lirio Rojo adornó su tumba. A Luisa Graciela, le agradecemos infinitamente su amistad sincera y cariñosa, por regalarnos su ternura de madre y por habernos enseñado a apreciar la sencillez, lo cotidiano y los gestos más humildes para mirar desde el corazón los aconteceres de la vida.