El amor es la expresión suprema de los sentimientos que trasciende la condición humana; es la sublime inspiración de los sueños y la esperanza; asimismo, es la categoría espiritual que nos salva del olvido. Juan Bautista Mindiola Acosta fue un hombre amoroso y caballero en la extensión superior de la palabra.
Sus padres, José Antonio Mindiola e Isabel Acosta, vivieron en Atánquez, un paraíso musical incrustado en la Sierra Nevada, donde los ángeles sobre los cerros otean las musas de los cantores. En ese ambiente de verdor de primavera, de aromas de cafetales y cañaverales, de sonatas de gaitas, guitarras y poesía, nace el 19 de julio de 1924, Juan Bautista, y allí crece rodeado de música. Su hermano, Gonzalo Mindiola, guitarrista y cantante, es reconocido como el ‘Tenor de la Montaña’; y su hermana Rita, como guitarrista y soprano; sus sobrinos Alberto Fernández, el adán del canto Vallenato; y Juan Francisco, el fundador del famoso grupo de guitarras Los Kankuis.
Juan Bautista, en su época de juventud, estuvo por breve temporada laboral en Medellín y ahí conoce al poeta Carlos Castro Saavedra, con quien alcanza a compartir tertulias culturales y vindica su vocación por la poesía, la guitarra y el canto. Regresa a su nativo Atánquez y continúa en el ejercicio de la docencia, que alterna con el trabajo de la agricultura y la ganadería. En Patillal funda un colegio y conoce a la encantadora Hilda Martínez Molina, la novia juvenil de la luna patillalera, una eterna enamorada de la música y la poesía. Los dos enlazan la metáfora de los sueños en los surcos del tiempo y la realidad profunda del amor, y forman una honorable familia de cuatro hijos: José Juan, Gloria, Miriam y José Enrique. Soñadores todos, que con su trabajo y responsabilidad están construyendo su propia historia, en sus respectivos hogares.
Su casa en Patillal era una especie de embajada para familiares, amistades y visitantes. Después se residencian en Valledupar por las necesidades educativas y laborales de sus hijos. Su hogar es un edén de amor; su querida esposa, radiante flor de aurora, con la vitalidad de su memoria se deleita declamando poemas y décimas. El pasado 19 de agosto en la iglesia de La Natividad fue la liturgia de la despedida terrenal de Juan Bautista, mi querido tío. La muerte deja una estela de dolor y tristeza, y se deja sentir en vendales de nostalgia e inviernos de lágrimas en el alma; si bien todo eso sucede, en los rostros de todos sus familiares y amistades presentes, también se reflejaban luces de gratitud a Dios por los 95 años de existencia y por las virtudes que enaltecieron su vida amorosa.