Cuando muere un ser querido, los pinceles extienden el color de la tristeza y el llanto en el lienzo de los sentimientos; pero debemos dar infinitas gracias a Dios por la vida, por los dones y por el amor que el fallecido profesó por su familia, por sus amistades y por su pueblo. El amor es revelación suprema que trasciende la condición humana, es categoría espiritual que nos salva del olvido.
El pasado 27 de agosto, un ilustre hijo de Mariangola, el abogado José Ignacio Céspedes Castañeda, murió en una clínica de Valledupar. Era el mayor de los cinco hijos de Libia Castañeda y Orlando Céspedes, y nació el 12 de febrero de 1970. Como tantos niños de ese tiempo en nuestro pueblo, cantaba alegre cuando a lo lejos divisaba la Nevada, su alma de ilusiones era un pesebre. Disfrutaba del verdor de las sabanas, la voz vegetal del viento, la música cristalina del río y del aroma de espuma de ubres en el corral.
Fue mi alumno en la década del 80, cuando fui rector en el colegio Rodolfo Castro de Mariangola, y desde joven se destacaba por su decencia, su interés por el estudio, su compañerismo y su activa participación en actividades culturales. En 1988 recibe el título de bachiller en la primera promoción del colegio Rodolfo Castro. Y desde entonces tuvo claridad mental para entender que la educación es el camino, el puente entre el hoy en el que vivimos y el mañana que queremos.
Cuando tenía catorce años quedó huérfano de padre; esta muerte afectó temporalmente el sueño de ser un profesional, pero su tío, el doctor Carlos Céspedes, fue su protector y lo apoyó para que viajara a Barranquilla a estudiar en la Universidad Simón Bolívar, en el 1994 se graduó de abogado.
En Barranquilla, la vida le concede dos grandes premios: el título de abogado y el amor de Brenda Molina Arteta, distinguida médica, nacida en Juan de Acosta (Atlántico), hija de Emilia Arteta y el profesor y compositor Alfonso Molina (autor de ‘El Cóndor legendario’, un clásico vallenato grabado por los hermanos Zuleta).
El 15 de julio del 2000, José Ignacio y Brenda refrendan la felicidad de su amor en matrimonio. Tuvieron dos hijos: el primogénito, que lleva su nombre y es también abogado, y Mariana, que todavía es adolescente. José Ignacio ejerció su profesión como abogado litigante, y fue funcionario del Concejo municipal de Valledupar y de la Secretaría jurídica de Corpocesar.
Entre sus hermanos menores fungió como emblema de liderazgo, de responsabilidad, de apoyo, de fraternidad y sensatez. Para sus familiares y amistades, parecía tener en sus manos balanzas de perdón y olvido para no cargar las rocas de la ofensa ni las flechas del rencor; por eso su presencia era radiante de amistad, de conciliación, de respeto y alegría. Esas virtudes, herencia de su querida madre, Libia Castañeda, quien desde el año pasado habita en la casa celestial.