Por: Juan Camilo Restrepo.
El miércoles pasado el presidente Obama presentó su primer informe del “Estado de la Unión” ante el Congreso en pleno de los Estados Unidos. Es una ceremonia que no deja de tener una cierta su solemnidad. Y que como él mismo lo recordó se viene repitiendo desde hace 220 años.
Como acontece siempre con el Obama orador, su discurso formalmente hablando resultó todo un éxito. Y bien que lo necesita. Su popularidad anda en caída libre tal como lo demostró la reciente pérdida de la plaza senatorial de Massachussets- tradicionalmente demócrata- a favor de los republicanos. Lo que constituyó un grave golpe político para la coalición que acompaña al presidente en el Senado.
Desde el punto de vista económico la faceta que más llamó la atención fue el anuncio de importantes recortes y congelaciones en los programas de gasto público.
El presidente Obama (que ya da por superada la fuerte recesión que vivieron los Estados Unidos en 2009) presenta, además, la gestión de su primer año de gobierno para que así fuera, como el gran logro de su administración. Las últimas proyecciones del Fondo Monetario internacional sobre lo que será el comportamiento de la economía norteamericana en el 2010 parecen darle la razón. En efecto, mientras en 2009 el PIB de los Estados Unidos registró un fuerte bajonazo de -2,5%, para 2010 el organismo internacional pronostica un crecimiento del 2,7%.
Así las cosas, la intensa política fiscal de carácter anticíclico que pusieron en marcha los Estados Unidos desde finales del 2008, con una intensidad como quizás no se había visto desde los tiempos del New Deal del presidente Roosevelt en los años treintas del siglo XX, se da oficialmente por terminada.
El espectro del déficit fiscal monumental que empieza a sombrear en el horizonte requiere un correctivo drástico. Y, en consecuencia, el anuncio del cambio de dirección en las políticas de gasto público afloró de manera rotunda en el discurso del “Estado de la Unión”: congelación de los niveles de gasto público durante los próximos tres años y recortes severos en todas aquellas partidas presupuestales que no traten sobre asuntos de defensa y seguridad social.
Pero si bien el PIB de los Estados Unidos se está recuperando, no sucede lo mismo con el empleo. Uno de cada diez norteamericanos sigue desocupado. De allí que no fuera sorprendente escuchar de boca del presidente Obama que quiere hacer del 2010 el año del empleo.
Pero, queriendo apagar la peligrosa bomba del gasto público, ¿cómo se dispone a reactivar el empleo? Hizo mucho énfasis en el comercio exterior y en la pequeña y mediana empresa exportadora. Con tono patriotero arrancó fervorosos aplausos de los congresistas afirmando que no se resignaba a que economías como la China o la India superen en éxitos exportadores a los Estados Unidos. Todo lo cual (a pesar del llamado al Congreso – que no se sabe si será escuchado- para que ratifique pronto los TLC con Corea del Sur, Colombia y Panamá) hace presagiar una política de tonalidades proteccionistas y de dólar competitivo que ayude a las exportaciones norteamericanas.
A pesar de los saludables anuncios de moderación fiscales (que habrá que ver cómo los implementa el Congreso de los Estados Unidos y que de todas maneras no entrarían en vigencia antes del 2011) no son alentadoras las perspectivas cambiarias que se derivan del discurso del “Estado de la Unión”: a los Estados Unidos los tiene definitivamente sin cuidado un dólar débil. O sea, el espectro de la revaluación para el resto de monedas del mundo, incluida la nuestra, sigue vigente.