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¡Núremberg, Núremberg!

La ONU y la Corte Penal Internacional están en mora de integrar un tribunal subsidiario para juzgar los crímenes cometidos en Colombia en nombre de la democracia porque, pese a los descubrimientos de la JEP, con nuestras instituciones cooptadas no será posible castigar a los culpables. Ya sabemos que en 7 departamentos y en 8 años, 6.402 personas fueron asesinadas (4° el Cesar), inventario inconcluso, solo para decirle al mundo que la lucha contra las FARC era eficaz. El promedio fue de 66.7 asesinatos diarios, el país olía a sangre, muchos litros, cuota que una horda de facinerosos pedía a cambio de capturas. “Mátenlos a todos que Dios escogerá los suyos”, dijo el monje Almarico en su cruzada contra los albigenses. Más, crecerá la audiencia, miles de colombianos claman desde sus fosas que ellos también hacen parte de esta criminal estrategia nunca vista en el mundo; el genocidio de los judíos por parte de Hitler se dio porque la riqueza de estos crecía más que la de los propios alemanes, hecho que los supremacistas arios no estaban dispuestos a admitir; nuestros muertos no tuvieron ese perfil, eran personas alejadas del conflicto que no tuvieron la oportunidad ni de trabajar ni de estudiar, “gentes desechables”, fáciles de convertir en “muertos malos”

Nunca habíamos presenciado tanta vileza en medio de la guerra, hasta minusválidos cayeron en esa orgía desalmada. Jamás sospecharon las madres de Soacha que sus hijos serían carne de cañón, punta de lanza para ganar una guerra que estaba perdida pero se necesitaba demostrar lo contrario, y ellas no lo sabían. La victoria de la Seguridad Democrática sobre la insurgencia era el producto más vendido y muchos festejaban; después se supo que eran falsos positivos, una guerra sucia que ha mutado, las masacres continúan con tipificaciones diferentes, dependiendo de quien haga la calificación. Ahora se pesca en río revuelto aprovechando, en especial, el macro-conflicto rural, entre reclamadores y poseedores de tierras, narcos, reinsertados de las guerrillas, restos del paramilitarismo y la mano invisible de otros sectores que el Estado no ha investigado a fondo o si lo ha hecho calla. Por fortuna, la verdad es como un corcho en remolino, a la larga aparecerá en la superficie que hoy la JEP está viendo. 

Muchos son los enemigos que esta ha tenido, desprestigiarla ha sido la consigna; hoy, la cacareada muletilla en el sentido de que la JEP es paz con impunidad, ya no aguanta más, los hechos son tozudos. Seguro es que cada uno de estos actores tiene sus propias responsabilidades pero el Estado no está exento de culpas. Por fortuna, muchos de los actores involucrados, los que seguían la cartilla obligatoria de la muerte, están confesando y delimitando responsabilidades, la precisión de los relatos de las víctimas está desatando el nudo gordiano, este sí de impunidad, la de los victimarios que querían pasar de agache, alegando el analfabetismo de los soldados. Los ejércitos en todo el mundo son verticales, nada se hace abajo sin una orden, todo es institucional. Además, la JEP deberá cuantificar las extorsiones, secuestros y reclutamiento de menores cometidos por todos los grupos irregulares. Queremos la verdad.

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