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Nunca digas adiós

Brendys Martínez Bolaño

El silencio se apoderó de su tristeza al ver que se alejaba del ser amado.

Todo ocurrió aquella mañana, endulzada por la espiritualidad de la Semana Santa, pues se trataba del lunes de pascuita del año 2002; día en que Marlon se dirigió a un almacén para comprar un repuesto para su auto. Al entrar allí, su única compañía era la señora que atendía y el deseo de volver a casa al lado de su amada y sus pequeños hijos.

Cuando de repente, una sensación extraña se apoderó de su cuerpo y lo hizo girar sin permiso alguno hacia dónde provenía aquel espantoso proyectil desenvainado por manos de un corazón desalmado. Sin pasar tantos segundos sintió un fogaje intenso como si de un hombro se desprendiera una llama ardiente a la cual respondió con un gemido, al mismo tiempo que dirigía su cabeza hacia el costado derecho y, sin espera alguna se introdujo en su cien la dinamita naciente de una segunda bala que le produjo una intensa agonía y el descanso eterno de su alma.

Solo transcurrieron unos minutos para que el cuerpo de Marlon quedara tirado en el duro concreto de un almacén ubicado en una ciudad constituida hasta por las peores clases sociales y grupos insurgentes. Ni se diga de la cantidad de personas que formaban un cinturón de seguridad como si quisieran verlo resucitar, aunque no faltaban quiénes expresaran con mucha frialdad “ya cayó otro que algo ha de pagar”. Después de tan insólito hecho, su cuerpo reposaba en una sala de medicina legal y, era supremamente notable el dolor de su familia que no existía para ese momento una palabra que les devolviera el aliento y la vida misma de ese ser especial que yacía para lograr la vida eterna y celestial.

Al día siguiente, en horas de la tarde, se celebraron las exequias de su cuerpo y también de su alma. Su esposa, una mujer conservadora, al terminar las exequias se postró ante su tumba todavía mojada por el cemento fresco que la cubría y recordaba toda desconsolada, aquellos momentos en que él se alejaba para ganarse el sustento y se despedía diciéndole: “Nunca digas adiós, solo di un hasta luego”. Pero siendo que en ese momento el hasta luego sería para siempre.

AUTORA: BRENDYS YULETHSY MARTÍNEZ BOLAÑO – I.E. ANTONIO ENRIQUEZ DÍAZ, BADILLO

Periodista: