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Nueve noches

Por Jarol Ferreira Acosta

1. Amanecí más ansioso de lo normal, a las cinco de la tarde era la misa y seguramente luego vendrían a visitarnos las de la congregación a la que perteneció, un puñado de vecinos y gente de fuera.

Trataba de estar bien, de no dejarme arrastrar por la tristeza de los recuerdos pero al menos a primera hora del día eso me resulto imposible.

2. Novenario: Sol y calor, alternando tristezas y resignaciones.  Sufrimiento a pesar de la conciencia de lo inevitable. Conmemoración de la muerte. Familia cerrada en un nudo para intentar inútilmente protegerse del dolor. Novenario: Misa paga. Religión, costumbre e inercia, en un menance  ettrois.

Asumir una realidad imposible de ocultar. Novenario: castillo de arena frente al mar. Novenario: sermón sacerdotal que no logra reavivar las convicciones de los asistentes. Cosecha, trigo, equivocación y fatalidad. Paranoia sembrada. Angustia. Novenario: vacío emocional y desamparo.

Decadencia y esperanza. Monaguillo esparciendo incienso, sosteniendo el libro de la liturgia y encendiendo las luces del templo a medida que la oscuridad llega. Novenario: Luto que destroza ilusiones. Blanco y negro. Flores y rezos. Sudor y lágrimas. Trabajar para reponerse del raponazo existencial.

Moto taxis que esperan a la salida del templo. Novenario: Olor a perfumes importados. Canciones de condolencia. Abstinencia de gozo. La suma de las compasiones colectivas no logra equilibrar el peso del malestar.

3. La eucaristía terminó y unos pocos de los asistentes se dirigieron silenciosos hacia nuestra casa. Entraron, se sentaron unos minutos y luego se marcharon, asegurando que en los próximos días volverían a darnos una vueltica.

Ante la inminente caída de la tarde los foráneos debieron irse apresuradamente. Durante la corta estancia de las visitas, tomamos té helado mientras recordamos vivencias de luchas y alegrías.

4. Las nueve noches estuvieron llenas de desespero. Remembranzas, duelo y expectativas por cumplir a medida que el tiempo avanzó.

Las pequeñas alegrías se esfumaron ante la ansiedad y el miedo, creando un estado emocional que bajaba y bajaba a la velocidad que exigían las circunstancias.

Un cansancio infinito poseyó los cuerpos.  Aunque la tristeza no fue absoluta. Arrinconada entre otras emociones estaba la esperanza en el porvenir que la muerte inminente intentaba apabullar, esperando un chance  para tomar las riendas del ánimo.

A medida que los visitantes se iban y nuevamente quedábamos solos, las lágrimas por lo perdido fueron rodando hasta el piso, a pesar de la espiritualidad que trataba de aminorar su efecto, rezagando recuerdos tristes y ofreciendo nuevas oportunidades, para poder seguir viviendo sino contentos al menos sin tanto dolor.

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