No. 100
Por: Rodrigo López Barros.
Registro con satisfacción que a uno que otro escritor de este Diario también la parezca apropiado escribir acerca de Dios, cuya realidad, por lo demás, está muy al orden del día en el pensamiento de muchos científicos y en los foros de los hombres cultos en general, aceptándola racionalmente unos, dudándola otros y rechazándola no pocos. Esta ha sido una constante histórica de todos los tiempos, sólo que ahora es menos pasional y más lógica que en el pasado, pues en el fondo del asunto, básico para la convivencia ciudadana, “se trata de la ineludible cuestión de la fundamentación ética de la vida civil”.
En mi columna anterior traté la idea, como orientación certera a la mejor instrucción y educación que podemos brindar a la institución de la familia, asiento de una sociedad fraterna y solidaria.
No obstante, soy consciente que tal apreciación no siempre es compartida por quienes suponen y hasta enseñan que no es necesario apoyarse en esa idea para bien formar a una familia y a una sociedad, igualmente fraterna y solidaria.
Esta última concepción, sin embargo, se sostiene en la mera garantía de las buenas intenciones de los hombres, mientras que aquélla, sin abdicar de ésta, confía más en el amor y en el temor de Dios, a lo que la experiencia histórica le da la razón.
Pues, cuánta bellaquería humana ha tenido que padecer la humanidad, y aún sufre, en lo poco y en lo mucho, precisamente porque sus protagonistas han despreciado y quizá aborrecen el nombre del buen Dios.
Al lado de la prédica insidiosa y la práctica de actos malévolos en que incurren algunas personas, también existe y finalmente tendrá que prevalecer, por lógica, la enseñanza y las acciones que justifican al hombre como un ser de razón y de fe, las dos entidades complementarias más preciosas que a él lo distinguen de toda otra criatura. Valga la cuña, igualmente que la sonrisa.
Precisamente, en su reciente visita a la Gran Bretaña, donde beatificó al excelso cardenal Newman, inicialmente anglicano y finalmente católico, Y siempre buscador de la verdad, el Papa se centró en el papel de la religión en los procesos políticos, culturales y prácticos del mundo, como una contribución a su orden democrático y progresos material y espiritual del mismo, y el mutuo servicio que se pueden prestar la razón y la fe.
Dejó claro, al destacar la contribución de la cultura política el pueblo ingles en temas como la democracia pluralista que valora enormemente, la libertad de expresión, la libertad de filiación política y el respeto por el papel de la ley, con profundo sentido de los derechos y deberes individuales, y de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, que la doctrina social de la iglesia “tiene mucho en común con esa perspectiva”, en su preocupación por la dignidad de la persona humana y en su énfasis en los deberes de la autoridad civil para la promoción del bien común. Por fortuna, así lo vienen entendiendo no pocos dirigentes del mundo, con inocultables beneficios para sus gobernados.
Puso de presente como un fenómeno sobre todo contemporáneo la aparente preponderancia y autonomía del gobierno político de los pueblos donde pareciera que sus leyes máximas consistieran en un juego de mayorías y minorías, simplemente para encontrar consensos pragmáticos, sin embargo-subrayó- que más allá de ellos hay unas realidades éticas que no se pueden ignorar y que son anteriores y superiores a la vida política, y que la democracia se enferma cuando las ignora, volviendo inseguras la vida de las comunidades.
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